miércoles, 21 de noviembre de 2007

La amenaza terrorista: El nuevo gran negocio para la industria del miedo

La amenaza terrorista: El nuevo gran negocio
para la industria del miedo.

Por Adán Salgado Andrade.


Sí, en el sistema capitalista, todo cuanto deje una buena ganancia, en la forma más rápida y eficaz posible, es bienvenido. La constante para el lucro ha sido la supuesta satisfacción de las necesidades sociales. Antes, en las postrimerías de la naciente sociedad mercantilista, tales necesidades eran determinadas justamente por lo que en verdad requerían los núcleos humanos, sobre todo, la satisfacción de lo básico, lo vital: la producción de alimentos, la confección de vestimentas, la construcción de casas… en fin, se trataba de las necesidades humanas imprescindibles, las señaladas por la sociedad como indispensables para su buen y normal existir.
Sin embargo, con el paso del tiempo, cuando las sociedades comenzaron a diversificarse, también las necesidades tendieron a evolucionar, acordes con dicha complejidad. Pero llegó el momento en que el tipo de tales necesidades sociales ya no fue impuesto sólo por el ritmo con que la humanidad fue desenvolviéndose, sino que una buena parte se le impuso – y se sigue imponiendo – a partir de lo que los avances científicos y tecnológicos consideraron, también, como necesario (esto se comprenderá muy fácilmente, si tomamos en cuenta los miles de productos, que se inventan, diseñan y comercializan, cada año, prescindibles la mayoría de ellos, de los cuales no son los consumidores quienes les indican a los fabricantes qué debe de hacerse y venderse, sino que son éstos quienes los muestran como “vitales” para nuestra existencia). Así, por ejemplo, dejó de ser solamente vestirse, sino que había que estar a la moda; no se trataba ya sólo de comer pan de trigo y llenarse, sino que había que “disfrutar” pastelillos industrializados; no era sólo tener una modesta casa dónde vivir, había que contar, además con un basto conjunto de “lujos y comodidades” extras para realmente “vivir” bien…
Entonces, de las necesidades fundamentales, vitales para existir, a las que el capitalismo en pañales debía someter su estructura de producción, se dio paso, por las necesidades de lucro del nuevo sistema, a las creadas, impuestas desde dicho sistema hacia la sociedad, cuando los hombres de negocios percibieron que de seguir sólo sembrando cereales, confeccionando pantalones de tela corriente o produciendo tablones para construir burdas cabañas, sus negocios nunca pasarían del nivel artesanal en el que por aquel entonces se hallaban y nunca se harían ricos (no se piense que a todos los primitivos negociantes se les “prendió el foco” de inmediato, sino que fue un proceso gradual, de siglos, gracias al cual pudo crearse la sociedad caracterizada por el consumo masivo).
Así, gracias a las necesidades impuestas, sus negocios no sólo crecieron, sino que se convirtieron muchos de ellos en los grandes emporios que actualmente conocemos, gracias a que sus logotipos publicitarios inundan el mundo (lo que, de algunos años para acá se ha bautizado con el eufemismo globalización)…
Sin embargo, nada parece saciar las necesidades de ganancia – a fin de cuentas, el fundamento del capitalismo – de los emprendedores hombres de negocios. Y actualmente, todo lo que genere una utilidad, incluso aunque tenga o no que ver con necesidades básicas o creadas, es motivo de gran satisfacción. Podría decirse que el capitalismo está en una etapa de creación de sus propias necesidades de autoreproducción, de sobrevivencia ante la adversidad, sobre todo, en vista de que las crisis económicas son cada vez más profundas y duraderas (Ver mi artículo en Internet: “La ilusoria recuperación de la economía estadounidense”), poniendo en grave riesgo cada vez más su existencia misma. Vivimos una etapa de tanta competencia por los mercados (en donde hasta el know how, es decir, el proceso de investigación y diseño tiende a globalizarse y a facilitarse, en consecuencia. Ver también mi artículo en Internet El outsourcing en R&D), que cada vez es más difícil romper los monopolios industriales y comerciales existentes. Y esto no solamente ocurre entre distintas empresas y corporaciones de una misma nacionalidad, sino que se da a nivel de países. Tómese el caso chino, por ejemplo, cuya producción industrial, tanto propia como impuesta – más del 65% de lo que China “fabrica” es a través de maquiladoras extranjeras, por lo cual yo pondría muy en duda que esa nación esté logrando una industrialización y un crecimiento completamente propios –, está dañando seriamente a sectores industriales enteros de otros países (por ejemplo, es una crítica constante de varios sectores industriales en EU que el gigante comercializador Wal-Mart por sí mismo realiza el quince por ciento de las importaciones chinas de lo que ese país exporta y que la mayor parte de los productos que vende son importaciones asiáticas baratas que están poniendo en peligro a muchas industrias estadounidenses). Así que cualquier nueva actividad que reditúe dividendos y permita paliar las crisis capitalistas es bienvenida, aunque no contribuya, precisamente, al generalizado bienestar social, ni tenga ninguna consideración, digamos, ética.
Bien, una de estas nuevas perspectivas que, a decir de quienes ya están “apuntándose y frotándose las manos”, es nada menos que la llamada industria del miedo, que está desarrollándose principalmente en los Estados Unidos – ¿en qué otro lugar?. No me refiero, por supuesto, a las películas de terror – que también, el terror cinematográfico deja excelentes dividendos –, sino aquélla que basa su ser en la existencia de la, así llamada, “amenaza terrorista”. Nunca antes, sobre todo, a partir de los sospechosos atentados del 11 de septiembre del 2001, había tenido tanto auge la “lucha antiterrorista”. Pero no sólo el hecho mismo de los avionazos proyectados contra las torres gemelas – suceso que en su momento se mostró y se explotó por la mass media de forma más cinematográfica que dramática –, creó un generalizado pánico y una histeria social entre los estadounidenses – extendida desde entonces al resto del mundo –, sino también ha contribuido la campaña, muy hábilmente dirigida desde el gobierno de George W. Bush coludido con las corporaciones “informativas”, de que todo el mundo es un “semillero de terroristas”, abanderados por la “peligrosísima banda” de árabes renegados Al qaeda, comandados por el escurridizo Osama Bin Laden – que quizá ya hasta esté muerto, como ahora se especula –, esperando cualquier momento para asestar un nuevo, horrible atentado terrorista. Así pues, la industria del miedo, para “alivio nuestro”, ha surgido como respuesta a tan “serias amenazas terroristas”, con el fin de combatirlas y contrarrestarlas. Por tanto, para coordinar tan vastos, abrumadores esfuerzos antiterroristas, Estados Unidos creó una supersecretaría: el Departamento de Seguridad Doméstica (Department of Homeland Security), organismo central, estratégico – digamos que representa lo que la CIA fue en su momento, cuando el “enemigo” a vencer era la URSS –, encargado de armar la logística antiterrorista, desde el enlace del resto de las instituciones gubernamentales que tiene que ver con la “seguridad”, hasta la “incentivación científica y técnica” de métodos y tecnologías que coadyuven al combate del terror. Para ello, además de un exagerado aumento del gasto en el aparato burocrático – esto en un país que promueve el neoliberalismo a ultranza y se jacta del adelgazamiento del estado, es decir, está en contra de un desmedido gasto gubernamental, de acuerdo con las fórmulas fondomonetaristas–, exprofesamente el DSD creó la así llamada Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada para la Seguridad Doméstica (Hsarpa: Homeland Security Advanced Research Projects Agency, equivalente a la DARPA del Pentágono, la agencia militar que incentiva la benéfica investigación bélica), la cual financia “prometedores” proyectos de empresas privadas que controlen y combatan a los muy mañosos, huidizos terroristas y a todas sus triquiñuelas.
Y he aquí en donde entran a escena decenas de grupos y empresas privadas buscando obtener algo de los $49,900 millones de dólares (alrededor del 70% de las exportaciones petroleras de México el año pasado que montaron unos $70,000 millones de dólares), ofreciendo desde “software detector de hackers”, “vestimenta a prueba de ántrax”, “analizadores de aire para detectar venenos”, “analizadores del iris para clasificar sospechosos”, “escaners biométricos corporales para ver que alguien no porte explosivos plásticos en los aeropuertos”, “detectores de armas de destrucción masivas”, “identificadores visuales de sospechosos”… y un sinfín de supuestos artilugios que hagan de los EU y del mundo entero – y aquí de nuevo la implicación de que gracias a ese país, la humanidad puede estar segura de que los terroristas no la van a “atacar más”– , un sitio “más seguro”, tal y como se juró que sería después de que Bush ordenó invadir Iraq y derrocar a Sadam Hussein. Tanta euforia ha ocasionado tan potencial big money, entre los aspirantes a convertirse en empresarios del miedo (que llamaré miedoempresarios), que, incluso, personas que han desarrollado productos no precisamente “antiterroristas”, ha ironizado uno de ellos, preguntan a los “expertos” del DSD: “Miren, tengo un cepillo eléctrico, ¿ustedes creen que podría convertirlo en un cepillo eléctrico antiterrorista?”. Por supuesto, esto sería una exageración, pero ilustra la desmedida ambición del sistema capitalista por sacar ganancias hasta de situaciones que no satisfacen verdaderas necesidades sociales, ni siquiera las creadas, sino que se presentan como la “opción salvadora” a un “riesgo” retroalimentado por un estado mediatizador, que está empleando la histérica propagación del pánico como una nueva forma de control ideológico: “¡Vean los esfuerzos que está haciendo su presidente y su gobierno para librarlos de los peligrosísimos árabes terroristas, seguidores de Al Qaeda y Bin Laden!”.
Corporativos como Fortress America, Global Secure, Paladin Capital Group, Chesapeake Innovation Center, el poderoso Grupo Carlyle (asociado a empresas petroleras y bancarias), In-Q-Tel (empresa de la CIA), entre decenas de otros, son compañías que han logrado reunir algunos millones de los así llamados “capitalistas aventureros” (venture capitalists), con la finalidad, a su vez, de financiar a empresas que ofrezcan tecnología antiterrorista en cualquier forma que convenza a los directivos del Departamento de Seguridad, para que parte del enorme dinero que tiene presupuestado se invierta en tales "alternativas antiterror”. De hecho, muchas de esas empresas hasta ahora no tienen nada qué ofrecer en concreto, sino que están “buscando” las mejores opciones para invertir su capital, son lo que se conoce en EU un blank check. Por ejemplo, Fortress America cuenta con casi 50 millones de dólares para adquirir una empresa que, según su director Tom McMillen, sea vital “para la prevención, desaliento o la limpieza luego de un desastre, sea éste consecuencia de un atentado terrorista o debido a causas naturales”. No es casual que ante tanto dinero, hasta exfuncionarios estén haciendo sus “negocitos”, como el señor Richard Clarke, antiguo zar contraterrorista, autor del libro Against All Enemies: Inside’s America War on Terror (Contra todos los enemigos: Análisis de la guerra estadounidense contra el terror), fundador de la empresa Good Harbor Partners, la cual, ha prometido Clarke, que estará dedicada al “manejo de amenazas, manejo de las crisis y la mitigación de los riesgos terroristas”. Y digo que sólo ha prometido porque nada más cuenta con capital, pero aún no ha logrado reclutar ninguna empresa que reúna sus requisitos. Aún así, esta, digamos “protoempresa”, ya cotiza en la Bolsa de Valores, es decir, ya vende acciones a inversionistas que, esperan, les reditúe buenas ganancias la lucha de dicho negocio contra la “amenaza terrorista”. Y es que en esta nueva oleada empresarial se están contemplando todas las amenazas posibles. Según uno de estos emprendedores negociantes, “no sólo podemos esperar ataques nucleares o derrames de gas sarín, sino que los peligros pueden venir hasta en un contenedor de un barco que venga de un puerto como Charleston, Baltimore o Long Beach o que haya un atentado suicida en el metro o una pandemia de influenza aviar… ¡imagínese qué trágico sería eso si no lo contemplamos!”.
Así, este tipo de empresas pregonan que no es ambicioso capitalismo en pos de las ganancias lo que hacen, sino “desinteresado patriotismo” que busca salvar a la humanidad de la maldad. “No se trata sólo de hacer dinero con esto – dice uno de los miedoempresarios, abusando de sensiblería occidental –, sino que estamos tratando de crear un mecanismo que coordine tecnologías que salven a nuestros niños de un montón de locos peligrosos”. Pero tan elocuente, noble discurso, queda sin fundamento en vista de que dichas empresas elevarán su cotización en la bolsa de valores cuando ocurra una amenaza terrorista, digamos, un ataque con ántrax en una ciudad y que, gracias a sus artilugios y sus medidas de seguridad, aquél se haya prevenido con ¡éxito! “Pues negocios son negocios”, declara uno de estos miedoempresarios, “así que nuestras empresas van a ganar sólo cuando demostremos fehacientemente que nuestros métodos y aparatos sirven y, eso, como usted podrá imaginarse, no sería posible comprobarlo, desgraciadamente, sin que se den verdaderos atentados terroristas”. Efectivamente, el día de los atentados terroristas en Londres, el 7 de julio del 2005, las acciones de las miedoempresas (que yo llamaría miedoacciones) subieron estrepitosamente, como fue el caso de Verint Systems, que elabora software para sistemas de vigilancia, cuyas acciones subieron 12.5% y Viisage, empresa que se encarga del reconocimiento facial y corporal. Y en general los dividendos otorgados por las miedoempresas ya superan a índices industriales como el Dow Jones o el Nasdaq, que normalmente son obligada referencia para los especuladores financieros. Entonces, si una empresa aérea sufriera, digamos, un “atentado terrorista” (que otra vez proyectaran uno de sus aviones contra una torre), las acciones de ésta bajarían estrepitosamente, en tanto que subirían las de la miedoempresa que le vendió a otra aerolínea equipo de reconocimiento facial gracias al cual ésta logró evitar que un grupo de “árabes locos” abordara uno de sus aviones. Claro, con esa lógica, de que se compruebe qué tan eficaces son las miedoempresas, y en la ausencia de atentados terroristas, podría pensarse – aunque esto parezca producto de un plot hollywoodense – que hasta uno de tantos miedoempresaios pudiera planear su propio atentado terrorista para demostrar que, digamos, sus máscaras antiántrax, son “muy efectivas y nadie se murió, ni se contaminó, como pudieron ver todos ustedes, así que compren productos de mi empresa e inviertan en mis acciones”. Y no exagero: por ejemplo, las fantasiosas amenazas de una posible pandemia provocada por un ataque con la temible viruela – erradicado virus eruptivo que actualmente sólo poseen unidades ultrasecretas de investigación en los EU y Rusia –, alimentadas por los miedoempresarios, ha dado como resultado la fabricación masiva de vacunas por laboratorios como Pfizer, el cual ha resultado bastante beneficiado económicamente por las ventas de millones de dosis. Y desde hace más de cuatro años que se declaró “inminente” un ataque biológico con viruela, esto, para desgracia de los miedoempresaios, no ha ocurrido. Y todo esto surgió, como dije, desde que sucedieron los sospechosos atentados del 9/11 (como se les conoce en la jerga estadounidense). Por eso recalco lo de sospechosos atentados…
Y tampoco están presentes las consideraciones aquí de privacidad a la que todos los ciudadanos, tanto estadounidenses, como del resto del mundo tienen: varias de las miedoempresas ya han puesto en funcionamiento, con la incondicional autorización gubernamental, programas de espionaje en el Internet que, mediante las llamadas cookies (programas que se “meten” a las computadoras de los usuarios), son capaces de averiguar todo sobre los usuarios de la red: desde sus hábitos de consumo, sus registros gubernamentales, sus datos médicos, sus cuentas bancarias… hasta sus registros fotográficos, si el ingenuo usuario manda una de sus fotos para anunciarse en Friendster. Un ejemplo es la compañía Claria (esta empresa estadounidense, llamada anteriormente Gator, tuvo problemas con la Federal Trade Commission pues sus tácticas comerciales consistían no sólo en insertar cookies en las computadoras de los internautas, sino que, además, les enviaba spams, esos “dolores de cabeza” de los correos electrónicos, debido a que inundan de publicidad no deseada los discos duros de aquéllas), la cual, ya saneada de sus antiguas prácticas desleales, forma parte de la Antispyware Coalition, otro grupo “antiterrorista” con buenos contactos en Washington y que, se supone, está encargado de combatir a los “peligrosos hackers”.
Y vaya que hay bastante dinero para cada tipo de proyecto: $400 millones para detectores de seguridad; $800 millones para el llamado videoanálisis y nada menos que $36,000 millones de dólares para tecnología que asegure la “integridad física”, como el blindaje corporal. Por ejemplo, los llamados exotrajes que actualmente busca desarrollar la DARPA, mediante premios anuales “al mejor exotraje”, que serían una especie de armaduras robotizadas blindadas que emplearían los grupos antiterroristas para, según sus promotores, repeler ataques con bombas o explosivos ocultos. También la detección de explosivos forma parte del gasto en “integridad física, como el Talon, un robot de $125,000 dólares fabricado por la empresa Foster-Miller, que está equipado con visión infrarroja, cuatro cámaras, reflectores y tenazas mecánicas, que, por fin, después de cuatro años de mejoras, es capaz, ya, de detectar explosivos ocultos, el cual, actualmente emplean bastante los mariners en Iraq, en donde las “batallas” militares ya no se libran cuerpo a cuerpo, sino cuerpo a coche-bomba o cuerpo a hombre-bomba.
En suma el “gran negocio del miedo”, de acuerdo a las estimaciones más entusiastas, puede ascender actualmente a los ¡$200,000 millones de dólares! (casi una tercera parte del producto interno bruto mexicano del año pasado, estimado en $700,000 millones de dólares).
Y como el combate al terror es una cuestión de seguridad nacional, todos los miedoempresarios cuentan con la ventaja adicional de que sus actividades ya están elevadas a rango constitucional (así como el derecho de los ciudadanos estadounidenses a poseer armas, condición también aprovechada por las miedoempresas, como veremos más adelante). Por lo mismo, el cabildeo entre los funcionarios del gobierno es vital para los miedoempresarios, con tal de agenciarse los jugosos, millonarios contratos que el DSD y Hsarpa les otorgarán de ser elegidos. Por ejemplo, la mencionada empresa Paladin Capital Group, curiosamente fundada por el teniente general retirado Ken Minihan, que fue, además, director de la Agencia Nacional de Investigación, cuenta entre sus empleados nada menos que a James Woolsey, ex director de la CIA, y a H. Lee Buchanan, ex director de operaciones de DARPA (como ya mencioné, el departamento del Pentágono encargado de la “innovación bélica”), en fin gallos pesados, con multitud de contactos, justamente, entre las agencias encargadas de la “seguridad nacional”. Y, de todos modos, no sólo el gobierno será un “buen cliente”, sino que gracias a sus “constitucionales medidas” (y a las aseguradoras, las que están horrorizadas ante el prospecto de perder más dinero a causa de atentados terroristas), también el sector privado se verá obligado a contratar los servicios de los miedoempresarios, ya que aquél posee el 90% de la infraestructura crítica (o sea, la que sería potencial objetivo de los “terroristas”). Así, por ejemplo, una subsidiaria de Paladin, SafeView, vende aparatos analizadores a base de ondas milimétricas tanto para aeropuertos privados, como para juzgados gubernamentales. “Sí, debemos asegurar que el flujo de dinero sea continuo”, declara orgulloso Miniham. Y, como señalé, mientras el “miedo” dure varios años, la cotización de las miedoacciones seguirá al alza, así que serán muy buenos negocios. Hasta empresas tradicionalmente dedicadas a la defensa militar le están entrando a la “seguridad doméstica”, pues ya es mejor negocio que las ventas al Pentágono: General Electric (sí, la fabricante de focos y artículos eléctricos también le entra a la fabricación bélica), Lockheed Martin, Boeing (que se salvó de la quiebra gracias a sus contratos con el pentágono), Northrup Grumman, L-3 Communications, Computer Sciences y SAIC (los tres últimos grupos dedicados a la integración de sistemas de seguridad). Y aunque, de momento, están adjudicándose puros “contratitos” (unos cuantos milloncitos), están en espera de lograr los verdaderos, grandes contratos, los que superen los miles de millones de dólares. Por ejemplo, a Lockheed Martin la Autoridad de Transporte Metropolitano de Nueva York le asignó un “contratito”, nada más de $212 millones de dólares, para que diseñe un centro de control y vigilancia formado por sensores y cámaras que logren identificar a sospechosos en áreas restringidas como terminales de autobuses. Pero el equipo que empleará Lockheed, a su vez, lo subcontratará de entre varias compañías (por supuesto, la que le dé los mejores precios) que ofrecen diferentes equipos para tal finalidad. Además, para asegurarse desde ahora el contar con una miedoempresa, las grandes corporaciones están invirtiendo en la compra de las que consideran más estratégicas, como es el caso de la mencionada General Electric, la que adquirió, por $900 millones de dólares a InVision, que fabrica equipos para revisión de equipaje. El gigante de la información y manejo de datos, Lexis/Nexis, adquirió Seisint, compañía dedicada al análisis de datos y que, previamente, ya contaba con lucrativos contratos del Departamento de Seguridad.
Incluso, la “seguridad nacional” será tema electoral, y muy probablemente el candidato presidencial o gubernamental que no prometa fondos especiales para “el combate al terrorismo”, perderá o no podrá asegurar su reelección.
Sí, por tanto, a todos conviene el clima de terror que se está propagando desde los Estados Unidos.
Y una consecuencia adicional de lo expuesto es lo que también está haciendo actualmente la National Rifle Association (NRA), la cual está aprovechando la expansión del miedo a nivel global para pistolizar al mundo. El miedo para la NRA toma la forma del “aumento incontrolable de la criminalidad”. Por ejemplo, en Brasil, el año pasado, una campaña televisiva mostraba a supuestos comentaristas noticiosos, quienes se referían a una ley gubernamental que quería prohibir la comercialización y el uso de “armas ligeras” y la venta de municiones a civiles (ley que había sido postergada gracias a los cabildeos de los fabricantes de armas), declarando que “¡A la gente no se le está informando bien, pues el control de armas que quiere imponer el gobierno, no desarmará a los criminales!”. Enseguida, se mostraban históricas escenas que destacaban la “libertad ganada a sangre”: la liberación de Nelson Mandela, el hombre solitario que impide el avance de los tanques en la plaza china de Tianamen, la caída del muro de Berlín… “Brasileños – continuaba la perorata “informativa” –, sus derechos están en riesgo, aférrense a su libertad”. Las tres semanas que esos “liberadores comentarios” a favor del empleo de las armas se transmitieron, tuvieron como efecto que el plebiscito obligatorio que se realizó en Brasil para ver si la gente, a pesar de tanta delincuencia y criminalidad (alrededor de 38,000 personas mueren por armas cada año), rechazaba las armas, diera el sorpresivo resultado de que dos brasileños de cada uno rechazaron el intento gubernamental de la “despistolización”, lo que significó que 65% de los votantes, unos 59 millones de ciudadanos, defendieron el derecho de los más o menos dos millones de sus paisanos que poseen principalmente pistolas.
Sí, y en este caso lo que imperó es el absurdo de que “poseer un arma es un derecho tan inalienable como el derecho a protestar”, absurdo justamente made in USA, en donde el Second Amendment declara como fundamental prerrogativa de los ciudadanos estadounidenses a “poseer y emplear un arma (claro, es un artículo éste anacrónico, redactado hace más de 200 años, hecho al calor de los nacientes Estados Unidos, luego de que las colonias inglesas lograron su independencia de Inglaterra, con el cual se permitía que la población tuviera armas para que defendiera, justamente, cualquier intento recolonizador de los ingleses, que se acompañaba con el derecho a formar las llamadas milicias populares). Así, a nivel mundial, la NRA es una especie de guía espiritual para todos los grupos que desean la defensa y propagación del empleo de las “armas ligeras” (pistolas y rifles, principalmente). Basta con conectarse a su página en Internet, y podrán encontrarse más que suficientes razones para que dichos grupos justifiquen su posición frente a sus respectivos gobiernos. Sin embargo, la NRA, bastante hábilmente, hace sus movimientos en forma discreta, no presentándose como la impulsora directa de la pistolización, pues siendo una asociación estadounidense, y con tanto antiamericanismo que actualmente hay por todo el mundo, sobre todo desde el aumento de la beligerancia militar de ese país practicada por Bush y sus halcones, aquélla se arriesgaría a ser rechazada y no podría, por tanto, predicar el derecho de la humanidad a poseer armas.
En países tales como Inglaterra, Canadá, Sudáfrica y Australia la NRA, mediante sus cabildeos políticos y algunos apoyos económicos, ha logrado influir en la creación de leyes que, de alguna forma, permiten la posesión de armas entre sus ciudadanos. Particularmente Brasil fue visto por los directivos de la NRA como el lugar clave en donde, de haberse aprobado un férreo control armamentístico, según ellos, Estados Unidos habría sido el siguiente país en donde, inevitablemente, se habrían impuesto controles legales (En México, el gobierno panista hace dos años intentó elevar a rango constitucional que en cada hogar se autorizara la propiedad de dos armas de fuego para fines defensivos. Obviamente, el vedado cabildeo de la NRA fue el responsable de tan lamentable intento).
Por supuesto, tal control sería algo que no favorecería ni a la NRA, ni a los fabricantes de armas, que son quienes contribuyen a financiar las campañas pro pistolas que promueve esa “asociación de pistoleros”. Célebres fueron los intentos, en EU, durante la era Clinton, de que se controlara la venta de armas a civiles, sobre todo, después de trágicos eventos tales como el de Colombine, en donde un par de adolescentes armados “hasta los dientes” cometieron una matanza en su centro escolar en marzo de 1999 (Ver en Internet mi historia basada en esos trágicos hechos “Día de galletas gratis). Fabricantes como Smith & Wesson declararon cínicamente que ellos no tenían la “culpa de cómo y quién empleara sus armas”. Y gracias al apoyo y al cabildeo de la NRA, los intentos de control gubernamental, no pasaron a más, a pesar de los cientos de demandas que existían en contra de los armeros por personas muertas o heridas por armas de fuego. Cuando mucho, sólo se logró que los fabricantes les agregaran a sus pistolas “seguros antidisparo”.
Y la influencia letal de la NRA continúa en aumento, a pesar de que en el mundo se calcula que hay alrededor de 600 millones de “armas ligeras”, desde lanzacohetes portátiles, hasta pistolas. Además, se considera que dichas armas, además de asesinatos, contribuyen a la desestabilización en los países subdesarrollados, son el problema de raíz que genera conflictos en naciones africanas, alientan el bandolerismo en Latinoamérica y, por si no bastara, impulsan la proliferación del crimen organizado alrededor del mundo. Y esto es cierto: basta ver, por ejemplo, que los narcotraficantes latinoamericanos están mejor armados que los cuerpos policiacos, lo que de alguna forma les garantiza su relativa libertad de acción. Claro, ¡cómo se van a enfrentar con ellos policías armados con simples, anticuados rifles, cuando los narcotraficantes los atacan con modernas ametralladoras y granadas!
Pero precisamente el supuesto aumento de la criminalidad es el argumento de miedo predicado por la NRA, así como los derechos libertarios para defender la posesión de armas en el mundo, siendo que los legisladores de todos los países insisten en que para controlar la citada criminalidad debe limitarse antes el empleo de las armas. “No, mejor dejen que la gente se defienda y así habrá menos criminales”, declaran categóricos los directivos de la NRA. A su favor tienen insensatos argumentos como el libro escrito por John Lott en 1998, titulado “Más armas, menos crimen”, economista estadounidense que, basado en endebles “estadísticas de criminalidad”, llegó a la seria conclusión de que si a la gente se le permitía armarse libremente, según él, eso funcionaría como una especie de “desalentador” para los criminales que “evitarían enfrentarse con gente más y mejor armada que ellos”. Este libro es la “Biblia” de la NRA y sus principales argumentos aparecen en el sitio de Internet que auspicia aquélla.
Tan grande es la influencia de la NRA, que tiene hasta un representante en la ONU, el señor Thomas Mason, ex funcionario del estado de Oregon que, aparte de que siempre se ha opuesto a leyes emanadas de la organización que pusieran en peligro la “libertad mundial para poseer armas” (sí, así como lo están leyendo), entre otros asuntos, coordina también las actividades del World Forum on the Future of Sport Shooting Activities (Foro Mundial Sobre el Futuro de las Actividades de Tiro Deportivo), el cual sólo sirve de pantalla a más de treinta grupos y fabricantes de armas de todo el mundo, que a través de dicho “foro” buscan ejercer su letal influencia. Y para completar la ecuación, un fuerte apoyo de la Casa Blanca está implícito. Por ejemplo, en el año 2001, en la primera Conferencia sobre armas pequeñas llevada a cabo por la ONU, el entonces jefe de la delegación estadounidense, John R. Bolton, actual embajador de los EU ante la ONU, sorprendió a todos los presentes con una infamante declaración en el sentido de que los “Estados Unidos no se unirán a un consenso, que dé como resultado, un documento final que contenga medidas que abroguen el derecho ciudadano a poseer armas”, así de enfático fue Bolton. Claro, pues la NRA – y los fabricantes de armas – teme que si se diera una declaración desde un organismo internacional, como la ONU, en contra de las armas, sería muy probable que influyera y presionara tanto, que hasta en los Estados Unidos, por fin, se decretarían leyes que controlaran la venta y posesión de armas pequeñas. A lo más que se llegó en ese entonces fue a declarar que no era intención de la ONU “prohibir el uso de las armas, sino regularlo”. No podía esperarse, pues, otra cosa del actuar de EU, único país en el mundo que sigue oponiéndose al bando que prohibe la fabricación de minas antipersonales, pues esgrime como argumento que éstas son necesarias en zonas limítrofes de control militar (como la frontera entre las dos Coreas o la zona desmilitarizada entre la base naval de Guantánamo y el territorio cubano).
En conclusión, para que en verdad pudiera darse un control de armas a nivel mundial, se tendría que comenzar con los Estados Unidos, en donde la perniciosa influencia de grupos como la NRA impiden toda forma legal que intentara prohibir “el inalienable derecho a poseer un arma”, sobre todo porque allí se producen alrededor de la mitad de las que se venden en el mundo y es el país que concentra el mayor arsenal privado a nivel mundial. Sería, pues, ingenuo buscar el control del resto del mundo si se dejara sin él a los EU.
Y es algo que nunca se va a lograr, pues gracias a las campañas del miedo masivo del que hablábamos antes, promovidas ya no sólo dentro de ese país, sino a nivel mundial, muy convenientemente desde la Casa Blanca, conjuntamente con las corporaciones mediatizadoras y manipuladoras de la información, como NBC, CBS, CNI, FOX, entre otras, los miedoempresarios, entre los que se cuentan, por supuesto, como ya mencioné, los fabricantes de armas, pueden tener la seguridad de que sus negocios “marcharán muy bien”, gracias al generalizado, histérico temor de ¿cuándo y dónde el será siguiente atentado terrorista y cómo lograremos evitarlo?

Contacto: studillac@hotmail.com