lunes, 12 de noviembre de 2007

"Piratería pesquera, descontento social y sobrevivencia en las costas de Oaxaca"

PIRATERÍA PESQUERA, DESCONTENTO SOCIAL Y
SOBREVIVENCIA EN LAS COSTAS DE OAXACA.

Por Adán Salgado Andrade


Puerto Ángel, Oaxaca. Una soleada mañana se posa sobre Puerto Ángel, paradisíaca playa ubicada a unos 300 kilómetros de la capital oaxaqueña y a unos 10 de Pochutla, el poblado en tierra firme más cercano. Varias posadas, hostales y pequeños hoteles se ubican allí, así como restaurantes, tiendas de abarrotes, alguna farmacia... todo mezclado con las casas de los puertoangelinos, la gran mayoría modestas construcciones de tabiques y techos de lámina, las cuales evidencian el bajo nivel económico que la mayoría de aquéllos comparten. Algunas calles están asfaltadas, otras, no, y simplemente lucen muy naturales, cubiertas por la tierra arenosa predominante en los lugares costeros. Por las noches un pobre alumbrado se encarga de medio mostrar el accidentado camino que tan escasa urbanización proporciona al andante.
Ya que Puerto Ángel es una bahía, sus aguas resultan ideales para nadar, debido al bajo oleaje que se forma durante el día, como en ese momento, en que, por fortuna, para los habitantes de tan turístico sitio, amaneció “despejadito”, luego de varios días de mal tiempo, tormentas tropicales y huracanes. Eso les permite a los pobladores ganarse el sustento de esa jornada, especialmente a aquéllos que, como 8 de cada 10 hacen, viven del turismo, tanto nacional, como internacional, que acude a esos sitios, siendo la mayor parte del internacional mayoritariamente europeo: franceses, españoles, alemanes...
Uno de tales trabajadores turísticos es Vicente, un costeño treintón, muy requemado por el intenso sol, quien vestido sólo con unos desgastados bermudas, ofrece a cuanto visitante acude a la playa una mesa en el restaurante para el que aquél labora, una silla de playa y hasta un “tour” en lancha “en donde lo’ llevamo’ a recorrer toda la bahía, toda’ las playitas, amigo, le damos una caña para que pesque y puede nadar y bucear... dura cuatro horas completitas y le cuesta nada más ciento setenta y cinco pesos, barato, amigo, barato”, suelta de corrido su publicitaria perorata. Su moreno rostro, con huellas de acne y una mal cicatrizada vieja herida, evidencian la dura vida por la que ha transitado Vicente. No es el único, por supuesto, que se nos acerca, pues otros tres hombres lo hacen, cada uno tratando de convencer al paseante de que su restaurante tiene la mejor comida, de que sus sillas playeras son las más cómodas y de que su recorrido por lancha es el más atractivo y completo. Nos decidimos por el de Vicente, pero como tomará una media hora que su compañero de lancha regrese del viaje anterior, aprovechamos para platicar con él. “Así que también podemos pescar”, comento. “Pos sí, pero ya no hay muchos peces... antes había de todo, atunes, tiburones, herros, arenquitos, dorados, tortugas... pero ya se están acabando, amigo... ¿sabe por qué?, porque vienen 30, 40 barcos de los atuneros y pescan sin permiso y echan red y por eso se están acabando los peces”, nos comenta, muy irritado, refiriéndose a la pesca llamada “pirata”, que barcos pesqueros extranjeros, sobre todo estadounidenses y japoneses practican en otras aguas distintas a las suyas. Esta detestable práctica, conocida también como “pesca irregular, ilegal y no reportada” (Illegal, unreported and unregulated fishing, IUU), constituye un verdadero azote tanto para la vida marina, como para aquellas pobres naciones que, por su escasez de recursos para proteger sus costas, no pueden evitar que embarcaciones extranjeras las invadan y barran, literalmente, con sus especies piscícolas. Tales embarcaciones navegan bajo banderas de países “huéspedes” que les “alquilan” sus banderas, a veces por cantidades irrisorias de 500 dólares. Entre éstos tenemos a Malta, Panamá, Belice, Honduras y las Granadas. Esos países huéspedes son los que no tienen convenios de pesca regionales con otras naciones y que, por lo mismo, no deben de cumplir con cuotas de producción o regulaciones de las redes usadas para la actividad, por lo que sus banderas al ser empleadas por piratas, les permiten a éstos navegar sin ningún problema en las aguas de las naciones en donde pescan ilegalmente, en especial aquéllas que, como dije, carecen de recursos para cuidar sus recursos marítimos, que son bastantes. Así, los piratas pesqueros, además de robarse su pescado, les roban también la posibilidad de obtener algún ingreso, evitando que tales países pudieran vender directamente todos los peces que no son atrapados por sus propios barcos, justo como le sucede a México, allí en las costas oaxaqueñas y, en general a lo largo de sus líneas costeras. Naciones como la pobrísima Somalia, pierde alrededor de 300 millones de dólares anuales por la pesca pirata, ingreso muy importante en ese país del llamado “cuarto mundo”. Igualmente Guinea, otro pobre país, deja de vender unos 100 millones de dólares de peces de sus litorales. En todo el mundo se estima que al año se pierden alrededor de $4000 millones de dólares debido a la pesca pirata que realizan unas 1300 embarcaciones que andan al acecho por todo el mundo, cual depredadoras marinas. Pero además otro gravísimo problema es el que esos barcos pescan mediante bárbaros métodos masivos tales como las redes de arrastre o las llamadas “líneas de pesca”. Las primeras, son grandísimas redes, de hasta dos kilómetros de circunferencia, las cuales son arrojadas al fondo marino, al que llegan gracias a lastres que se les colocan a los lados. De esa manera, el barco que la emplea la va jalando durante varios días, con el deleznable resultado de que a su destructivo paso atrapan todo, no sólo la especie en particular que los piratas están buscando, atún, por ejemplo, sino un sinfín de otras especies que no son “útiles” comercialmente para aquéllos y que simplemente se desechan cuando las redes se izan y se separa el contenido que atraparon. Este infame “desperdicio” se estima que asciende a unos ¡27 millones de toneladas al año! Se recordará que Estados Unidos hace pocos años “embargó” las compras de atún mexicano debido a la pesca colateral y sin embargo, tolera perfectamente las actividades de los pesqueros piratas pues es uno de tantos países que les “blanquean” sus capturas piscícolas. Véase, pues, la hipocresía con que aquel país actúa. Un elocuente caso que involucra “captura indeseada” lo representa el camarón, especie cada vez más escasa (me refiero a las especies libres, no cultivadas), y que por lo mismo, los piratas arrastran por decenas de kilómetros sus enormes redes para hacerse de suficiente cantidad. Sin embargo, el índice de otras especies atrapadas y que simplemente se tiran, así nomás, es muy alto, pues por cada kilo de camarón atrapado, se desechan de tres a cuatro kilos de distintas especies, incluyendo tortugas, tiburones (de éstos, sólo aprovechan las aletas, con las que se elaboran las cápsulas de cartílago de tiburón), delfines y otras especies menos abundantes. Aunque la pesca de camarón sólo representa el 3% de la pesca mundial, es directamente responsable de un 27% del desperdicio de la llamada “pesca colateral”. Otro daño adicional se produce en los arrecifes coralinos, que son destruidos irreversiblemente por tales redes, lo que también representa un daño ecológico grave, pues los corales constituyen un importante enclave ecológico oceánico, dado que en ellos viven y se reproducen cientos de especies marinas importantes para la cadena reproductiva marina. El otro bárbaro método empleado por los pescadores piratas para capturar peces son las llamadas “líneas”, que son larguísimas cuerdas de varios kilómetros, a las que se les cuelgan anzuelos cebados con carne de pez. Por desgracia, no sólo atraen a los peces, sino también a los pájaros, quienes los comen, pero quedan atrapados de sus picos al engancharse y mueren en consecuencia, siendo muchos de ellos especies marinas en peligro de extinción, tales como los albatros. Un conservador cálculo, indica que más de medio millón de aves han muerto de esa manera tan miserable y bárbara en los últimos cuatro años. Y ya cuando los pescadores piratas tienen listos sus jugosos botines, los venden a barcos-fábrica pertenecientes a países que son cómplices de las actividades de aquéllos – países que pertenecen a la Unión Europea, principalmente España, además de Taiwán, Panamá y Honduras –, quienes los mezclan con las pescas legales que llevan a bordo con lo que, digamos, “lavan” la pesca pirata y ya todo el producto procesado es vendido “legalmente” en puertos “respetables” tales como Las Palmas o Suva (a pesar de que en México ya se aprobaron leyes que elevan a seguridad nacional la actividad pesquera, seguramente los piratas pesqueros continuarán con sus prácticas, pues vivimos en un mundo en el cual, con todo y que hay tantas leyes nacionales e internacionales prohibiendo muchas cosas, entre ellas la piratería pesquera, se continúa violándolas, pues la corrupción, las necesidades de ganancia – sea ésta legal o ilegal – del insaciable capitalismo salvaje y el poco respeto por el medio ambiente que en general hay en el mundo, seguirán tolerando tan deleznable actividad). Y si ya de por sí la pesca, digamos que legal, está disminuyendo a un ritmo cada vez más impresionante el volumen de las especies que más se consumen, las llamadas “depredadoras” – que son las que se alimentan de otros peces y que constituyen un factor clave que indica la salud del ecosistema marino, tales como el atún, pez espada, bacalao, halibut, raya, lenguado, pez vela, entre otras –, si se aúna la pesca pirata, pues el problema se agrava aún más. La FAO estima que alrededor del 70% de las zonas pesqueras del planeta están explotadas a plena capacidad, sobreexplotadas o, de plano, en franca disminución de las especies marinas comerciales que poseen. Y si además de tal sobreexplotación, que por sí misma es muy grave, agregamos la enorme contaminación que las actividades humanas están produciendo en el mar (aparte de los desechos tóxicos, actividades como la llamada “minería marina”, están destruyendo aceleradamente la ecología oceánica. Ver mi artículo en Internet “Minería marina, nuevo desastre ecológico a punto de estallar”), los mares muy pronto dejarán de ser una fuente alimentaria segura. En pocas palabras, ¡nos estamos quedando sin peces! Lo peor de todo es que la ecología oceánica, con tal de establecer cierto equilibrio, llenará los vacíos de las especies de peces que se vayan extinguiendo o acabando con otras que ni tienen valor “comercial”, ni se pueden comer, como las medusas, por ejemplo. Esto sería el equivalente de que, por ejemplo, se destruyera una selva, por un incendio, pongamos, y luego la única planta que creciera después fuera puro zacate y de fauna animal, sólo quedaran lagartijas y arañas, nada de eso nos ayudaría a alimentarnos. Es el riesgo que podríamos enfrentar en muy poco tiempo, mares vacíos, sin vida, o habitados simplemente por medusas, estrellas marinas, bacterias o algas ponzoñosas (las mareas rojas son un buen ejemplo de esto, pues se trata de aguas contaminadísimas de algas marinas microscópicas – dinoflagelados – sumamente tóxicas – karenia brevis y alexandrium fundyense –, en las que ninguna otra especie marina crece, aparte de que dichas algas producen una sustancia sumamente venenosa, la saxitocina, un neurobloqueador que paraliza y mata a las personas que entren en contacto con él).
Y de que cada vez hay menos peces para capturar, justamente es de lo que se queja en esos momentos Vicente, lo cual es en demérito de aquéllos habitantes que viven de la venta del pescado que sacan del lugar. “Y los pocos que hay, ya ni caen en los anzuelos que usamos nosotros... tenemos que comprar de los de fayuca, porque son de colorcitos, pa’ que los canijos peces piquen”, dice, refiriéndose al problema de las líneas de pesca que menciono arriba, pues éstas son dotadas de los anzuelos de colores de los que habla Vicente, así que los peces se van acostumbrando a ellos y no hacen caso de los anzuelos de coco en forma de pez hechos por los propios pescadores . “Y como el pinche gobierno corrupto no hace nada, por eso ya quedamos en que nosotros vamos a hundir al siguiente cabrón barco que se meta a pescar ilegalmente, no nos va a quedar de otra, amigo, sí, porque yo quiero que mis hijos tengan qué pescar, así, como yo, que puedan vivir de eso, si quieren, y que no, cuando crezcan, ni pa’ comer haya pescados”. Sí, efectivamente, asegura Vicente, la guardia costera no hace nada para combatir a los piratas pesqueros. “Fíjese, a veces luego vienen colombianos que se hacen pasar por pescadores y nada más traen drogas y tampoco les hacen nada, hacen como que pescan, pero traen pura cocaína”. Claro, pienso, qué se puede esperar del gobierno mexicano, si incluso, junto con países como Brasil y la Unión Europea, se oponen conjuntamente a cualquier intento de restringir el paso de embarcaciones que naveguen bajo banderas de conveniencia ya que, señalan, eso sería oponerse al libre comercio. ¡Vaya, pienso, con México, el gran defensor del libre comercio, aunque ello tenga como resultado que así se aliente aún más la piratería pesquera! Por eso, quizá, la guardia costera no haga nada, porque los barcos que ilegalmente pescan en nuestras costas, lo hagan con la complacencia de los gobiernos tan entreguistas que siempre hemos tenido en nuestro país. Y también, por supuesto, como declara Vicente, porque los fuertes sobornos que les hacen a los guardias costeros, logran que éstos se hagan de la “vista gorda”. “No, pus a esos cabrones de los marinos los compran con pura mordida”. Pero además eso, la corrupción entre los marinos, no es algo exclusivo de ellos, sino que proviene de las altas esferas de autoridad, las que toleran dichas actividades. Qué podría esperarse, reflexiono, de un gobierno que reprimió brutalmente al movimiento social generado por la APPO (Asamblea Popular del Pueblo de Oaxaca), incluso al grado de haber asesinado a varias personas, entre ellas a un periodista extranjero (el estadounidense Brad Will, periodista que trabajaba para la agencia independiente Indymedia, que quizá por eso no importó tanto su asesinato, ni al gobierno de Bush, ni al de Fox, pues no era de NBC, FOX o TIME), y que a pesar de tanta acrimonia, infamia y atrocidades cometidas, su mandamás, Ulises Ruiz, sigue tan campante en el poder. Debe de contar con gran influencia, puede suponerse, a grado tal que, incluso, se permite que los barcos piratas pesquen como si nada en las playas oaxaqueñas. Y dado el activismo social que ha caracterizado a los oaxaqueños últimamente, no sorprendería que llevaran a cabo la acción que comenta Vicente, el hundimiento de uno de tales barcos. Quizá sea sólo una infundada amenaza, debida a la creciente impotencia social, pero eso daría una idea de qué tantos problemas en su diaria subsistencia les ocasiona la piratería pesquera.
Y por fin llegó el compañero de Vicente, otro costeño de unos 44 años, también muy requemado por el sol, a bordo de su lancha, “Aventura 1”. Luce unos lentes obscuros, que emplea, luego nos dijo, para protegerse los ojos del intenso brillo de la superficie del mar, producido por la luz solar. Se llama Mairon. Viste una playera a rayas, desmangada, una cachucha blanca de tela y shorts claros. Sus brazos y piernas, delgados y firmes, son el reflejo del arduo trabajo que pasear diariamente a los turistas implica. Luego de que los anteriores paseantes bajan de la embarcación, nosotros la abordamos, lo cual toma otros quince minutos. El paseo consiste en recorrer toda la orilla de Puerto Ángel, pasando por varias playas. Mientras a toda velocidad nos alejamos de la playa, debidamente sentados y con chalecos salvavidas, Mairon nos platica que su actividad, según la nombra la Secretaría de comunicaciones y transportes (SCT), es la de “naviero”, pues se encarga de proporcionar esos recorridos en su lancha, que tanto gustan a los turistas. Lo que sorprende es que, aunque el gobierno es parco en atender las demandas sociales y, más bien, presto a reprimirlas, tiene mucho muy bien controlados ya a los trabajadores independientes, como Mairon, quien se gana duramente el dinero. La pura lancha, hecha de fibra de vidrio, fabricada en Chiapas, comenta, le cuesta 30,000 pesos, la que con buen mantenimiento le dura tres, cuatro años a lo más. El motor fuera de borda, marca “Yamaha”, cuesta entre 72 y 75,000 pesos. Y como ya no pueden operar por su cuenta, deben de obtener un permiso de la mencionada SCT, que vale la no despreciable cantidad de $20,000 pesos. Así que para iniciarse un naviero, debe desembolsar ¡$120,000!, que en tiempos de crisis por los que cursamos, no son una cantidad que cualquiera tenga a la mano. Además, tiene que pasar revista, tiene que pasar la matrícula, tienen que practicarse obligatoriamente cada año un examen médico general, en el cual les revisan, sobre todo, el corazón, los pulmones, el estómago... “¡Todo nos revisan, que porque tenemos que estar sanos pa’ que no nos vaya a pasar nada en un viaje... sí, imagínate si me diera un paro o algo!”, exclama resignado. Sí, parece razonable, pero lo que no resulta justo es toda la carga de impuestos, trámites, renovaciones de permisos, licencia, revistas anuales... y cuanta cosa se le ocurre al gobierno cargarles a trabajadores como él. “Pus yo tengo como 16 años que me dedico a esto y pus te expones a muchas cosas”. Los lentes obscuros, lo dije antes, los emplea para protegerse del reflejo del sol sobre las aguas. “Es que si no los usas, pus te salen carnosidades en los ojos”. “Oye, pero hemos visto otros navieros que no traen lentes”, objetamos. Mairon encoge los hombros. “Pus no les ha de importar... yo sí me cuido, pus de esto vivo y si me enfermo, pus ¿quién me va a mantener?”. Claro, tiene razón, porque las personas que trabajan por su cuenta, ganaran dinero mientras continúen trabajando y en cuanto ya no puedan hacerlo, sobrevendrán las desgracias, pues dada la pésima “seguridad social” que existe en este país (y ahora empeorada al haber concesionado el gobierno el manejo de las cuentas de pensión, las llamadas “Afores”, a especuladores bancos extranjeros, para los que el manejo del dinero de los trabajadores, es un mero negocio que, en primer lugar, los beneficia a ellos, por las comisiones cobradas, pero que a los trabajadores nada les ayudará el pírrico dinero que, mediante ese sistema privado, en el futuro se les dará como parte de las insuficientes pensiones que, de todos modos, cobrarán cuando se jubilen), ninguna forma tendrán de seguirse manteniendo ellos y sus familias. Sí, así de injusto es este sistema, que ni siquiera es capaz de garantizarle a un trabajador que se la haya pasado laborado tantos años, una vida digna al final de su existencia útil o cuando las enfermedades físicas o mentales ya no le permitan seguir haciéndolo. Tiene razón Mairon, si no se cuida él, nadie lo hará, incluido el gobierno, desde luego. Lleva Mairon cuatro años registrado ante la secretaría de Hacienda, la que asentó, como su “domicilio fiscal”, su propia casa, pues frente a la entrada tiene un letrero que dice “Aventura tours”, para promocionar su actividad. Allí lo buscan los turistas cuando les recomiendan el servicio de lancha de Mairon personas como Vicente. Y como el domicilio fiscal se localiza justamente en donde se desarrolle la actividad, pues por eso su casa funge como tal. “Ahora sí ni como me les escapo”, señala, riendo de muy buena gana. Sí, pues quizá sea mejor paliar tantos problemas con buen humor. Los impuestos que debe de pagar al gobierno son el 2% de sus ingresos anuales, como cargo a la actividad, más el obligado IVA, 15%, es decir, 17% cada año debe de dar a su “socio comercial” por default. “Tenemos que declarar a la capitanía, diario, a cuántas personas les dimos el paseo”, dice, divertidamente molesto, “y pus ahí es donde te aprovechas y no dices todo... ¡de pendejos vamos andar diciendo eso!”. Sí, esa sería ciertamente su ventaja, que la capitanía (ésta es la estación naval del puerto, a quien obligadamente le deben de dar los navieros como él los reportes de los turistas transportados) no puede estar vigilándolos a todos, lo cual sería en extremo perverso y dictatorial de ser posible, y gracias a ello, Mairon logra pagar menos impuestos. De todos modos no siempre las cosas van bien. El viaje por persona él lo da en $125 pesos, el que toma entre 3 y media y cuatro horas, el cual incluye el recorrido por la bahía, una caña de pesca que ofrece a alguno de los paseantes por si se animan a pescar durante el recorrido (eso es por cortesía, no está obligado, pero así lo hace Mairon para que se vea más atractivo el recorrido), aunque con los peces cada vez más escasos, es muy baja la probabilidad de lograrlo, nos dice. Al final, ofrece también la oportunidad de “esnorquelear” en la última playa del recorrido, con esnórqueles y aletas que él también proporciona. “Pus es que con tantos que habemos dando paseos, pus si no le das a la gente más cosas, pus menos vas a hacerte de clientes”, dice algo desconsolado. De gasolina, se gasta entre 20 y 25 litros de gasolina por cada viaje, unos $140 pesos, así que, comenta, mínimo debe de transportar a dos pasajeros “pus pa’ que me quede algo”. Y cuando empieza a soplar el viento, pues ya se le limita más su actividad a Mairon, como en esa mañana, porque más tarde, una vez que las fuertes corrientes de aire se presentaron, todos los paseantes, a una señal de él, debimos abordar rápidamente la lancha, ya que de otro modo, habríamos debido caminar desde donde estábamos hasta la playa en la cual dio comienzo el tour. Por eso a veces Mairon, cuando no tiene pasajeros, se va a pescar durante varias horas, en las cuales, a duras penas logra capturar algunos atunes, los cuales vende a los restauranteros, quienes se los pagan a la miserable cantidad de ¡25 pesos el kilo! (véase el contraste, pues la lata de atún industrializado que producen las empacadoras, las que pagan un precio igualmente bajo, cuesta alrededor de diez pesos los 120 gramos – no 170, como señalan, pues 50 gramos son agua), así que si se hace de unos seis ejemplares, cuyo peso oscila entre los cuatro y cinco kilos cada uno, pues se gana $600 pesos. “¡Muy buenos!”, declara enfático. “¿Y a ustedes les afectó lo de la APPO?”, pregunto. “¡Uy... que si nos afectó... pus otras veces, en estos meses, esto está como pa’ que no nos demos abasto, en serio, pero ahorita nos tenemos que estar peleando los clientes!”. Sí, afirma que dicho movimiento social, con todo lo bueno o malo que haya podido resultar, afectó mucho a Oaxaca, no sólo la capital, sino a todo el estado. “Y pus la mera verdad que aquí ni pasó nada, pero ya ves... a todos nos pasaron a fregar con eso”. “¿Pero algo bueno ha de haber hecho la APPO, no?”, pregunto. Vuelve a encogerse de hombros, sin decir otra cosa, como dando a entender que prefiere no hablar más del asunto. Y este es nuestro primer encuentro con la dualidad social que aquel movimiento generó en Oaxaca, en donde algunos han estado a favor y otros en contra. Ese sentir es lógico, pues podría decirse que ningún movimiento social en el mundo estará totalmente apoyado, incluso por la población a la que pretendiera reivindicarse con tal movimiento. Quizá el punto negativo, al menos para personas como Mairon, que viven del turismo, fue que la APPO no tomó en consideración ese factor, afectando así los intereses de muchos de los oaxaqueños a los que pretendía beneficiar, lo que evidenciaría la falta de claridad en la que a veces incurren los movimientos sociales espontáneos, como aquél. Lo cual no quiere decir que hayamos estado en contra de la APPO, sino que en nuestra modesta opinión, hizo falta mayor visión y preparación ideológica, sobre todo de los dirigentes, a los que, al final, desbordó el grueso de las fuerzas vivas movilizadas, las que en los últimos días, manifestaron su descontento en una abierta violencia, motivo por el cual, comenzó a desacreditarse a los ojos de muchos el movimiento. Como le sucede a Mairon, quien, como señalé arriba, es de los ocho de cada diez personas que viven del turismo en las playas de Oaxaca, el que ha disminuido fuertemente desde el año pasado. Claro que tan precipitada radicalización de la APPO, se debió también a la torpeza y cerrazón de un gobierno federal empecinado en sostener contra toda lógica al corrupto, asesino gobernante oaxaqueño, Ulises Ruiz, con quien muy seguramente la entreguista, incompetente administración foxista debió tener arreglos políticos, gracias a los cuales se logró imponer mediante fraude a la actual presidencia ilegítima de Calderón, que tampoco ha hecho nada en absoluto para remover al gobernador oaxaqueño, quien a pesar de la brutal represión al movimiento, los heridos, los muertos y los presos appistas, sigue como si nada. Peor aún, en las recientes elecciones en ese estado, caracterizadas por un alto abstencionismo del 75%, el PRI volvió a “ganar” la legislatura local, lo que da idea del poder caciquil que la plutocracia política sigue ejerciendo en ese estado, de entre los más pobres de México. Estas reflexiones son distraídas por la vista de un par de tortugas de las que aquí llaman “golfito”, en una bella escena de apareamiento marina que me hace olvidar el mundo tan contradictorio y complicado en el que día a día debemos desenvolvernos todos, en donde no hay formas puras de pensamiento o de lucha social, aunque esa danza acuática de ese par de amorosos quelonios, tan entregados a sus reproductoras artes, me hace concebir cierta esperanza de que por lo menos la naturaleza todavía ofrece singulares, purificados espectáculos, los cuales están desprovistos de toda manipulación humana y sólo están determinados por el instinto animal de aquellas dos tortugas. “¡Pus tuvimos suerte de verlas!”, declara Mairon, entusiasmado, quien hasta detuvo la lancha y apagó el motor, con tal de que todos pudiéramos contemplar el tortuguil apareamiento, “¡porque ya tampoco se ven mucho por aquí a las tortugas!”. Sí, y digamos que la “suerte” no paró allí, pues uno de los pasajeros con los que viajamos sostuvo la caña de pescar que le ofreció Mairon y hasta logró que picara un Dorado, un hermoso pez justamente de ese color, de unos cinco kilos de peso. “¡Uy... sí que tuvo mucha suerte, amigo, de éstos es rarísimo ya que piquen tan cerca de la playa!”, exclama Mairon, quien también nos confirma que la pesca pirata ha provocado muchos estragos en la economía local, pues cada vez es mucho más difícil para los pescadores del lugar capturar suficientes peces. “Se deben de ir cada vez más lejos, pero pus eso está mal, porque luego los jala el viento y se pierden”, dice Mairon. Y nos platica que eso le sucedió justamente a su amigo Vicente, el costeño al que nos referíamos arriba, quien en alguna ocasión que se hallaba pescando, sus dos compañeros con los que viajaba y él, decidieron adentrarse demasiado en el mar y su lancha fue empujada por una fuerte corriente de viento (dado que el lugar se encuentra cercano a la Ventosa, un sitio de fuertes vientos, en ocasiones su influencia se siente en otros sitios) por varios kilómetros, a unos 50 de la playa, lo que provocó que perdieran el rumbo y estuvieran tres días perdidos. “Tuvimos que alquilar una avioneta que nos cobró como 20000 pesos por la turbosina que se gastó, para buscarlo”, agrega Mairon. Tardaron tres días en localizarlos, los cuales ni comieron, ni bebieron. Eso fue hace un año. Tuvieron mejor suerte que un compañero de ellos, quien hace 18 años, sufrió el mismo destino, perderse en el mar, pero él nunca regresó. “A lo mejor se lo tragó el mar”, comenta Mairon, algo reflexivo. Quizá por eso Vicente haya cambiado de actividad y ahora prefiera, mejor, andar ofreciendo sillas en la playa, mesas en el restaurante y los tours de Mairon. Llegamos por fin a la playa Rosita, en donde con el equipo que muy amablemente nos prestó Mairon, decidimos disfrutar de un rato de esnorqueleada en esas poco profundas, tranquilas aguas, admirando el aún hermoso fondo marino que nos permite contemplar el visor del respirador, viendo a un grupo de pequeños peces que pasan por allí en ese instante. ¿Cuánto más podrá mantenerse así el mar, con ese relativo equilibrio ecológico del que aún goza?, me pregunto, mientras estoy nadando y disfrutando la belleza marina que aún tenemos.
Más tarde, de regreso del tour, nos hallamos en el restaurante que Vicente publicita, el “Susy”, el que, nos enteramos más tarde, es propiedad de una mujer de Costa Rica (muchos negocios de esa zona de playas son poseídos por extranjeros, cuestión que quizá responda a la generalizada pobreza, lo cual hace poco posible a la mayoría de los lugareños tener un negocio propio, menos uno que requiriera de mucha inversión, como un restaurante. La opción que les quedará a muchos de ellos será poner “tienditas” o trabajar en tales lugares). Los precios de los platillos están dentro de lo razonable para un sitio de ese tipo. Por ejemplo, un filete de atún, preparado al mojo de ajo, cuesta 65 pesos. Un caldo de camarón vale 40 pesos, un refresco, 12 pesos... así. Nos atiende un jovencito. Se llama Ulises (este nombre se escucha frecuentemente, no sólo por la persona del gobernador, sino porque muchos se llaman así, lo que nos lleva a preguntarnos: ¿será una consecuencia también, la frecuencia de tal nombre, del caciquismo político que hasta en eso ha mantenido sus nefastas influencias? Eso porque Ulises Ruiz ha practicado y conservado una carrera política de varios años atrás, desde antes de haber sido gobernador), y él fue quien días antes nos llevó al hotel en donde nos hospedamos (actúa como una especie de enganchador de los pocos turistas que llegan a Puerto Ángel). Nos platica que tiene doce años, que trabaja allí de mesero de viernes a domingo (su padre también trabaja allí), y que gana cien pesos por día (en realidad, por ser menor de edad, Ulises gana 50 pesos diarios, pero probablemente haya dicho que gana cien pesos para autoconcederse mayor importancia ante nosotros). Le preguntamos si le afectó lo que hizo la APPO. “¡Uy... sí, como dos meses no fui para nada a la escuela. En mi casa me decían que era bien flojo y bien huevón, y me daba mucha pena, pero pus no era mi culpa, en serio. Y como me gusta leer, pus me ponía a leer”. Esa circunstancia, que por su cuenta se haya puesto Ulises a leer, tuvo el buen resultado de que pasó año, terminó el sexto de primaria. “Pero varios de mis amigos, como ocho, pus no pasaron año”, dice, refiriéndose al hecho de que cuando el conflicto terminó, los educandos prácticamente regresaron solamente para presentar exámenes. Ese hecho considero que fue otro de los errores que tuvo el movimiento, pues los profesores, es mi opinión, pudieron haber mantenido algunas actividades extra-escolares, como talleres de lectura, para los miles de niños que se quedaron sin escuela tantas semanas, sometidos a un forzado ocio que, entre otras cosas, provocó las protestas de sus padres porque estaban de “flojos y huevones” y que la mayoría reprobara el año lectivo. Ulises piensa estudiar la secundaria en Huatulco, en donde tiene a unos tíos. “¿Por qué no estudias aquí?”, le pregunto. “¡Ah... pus porque allá hay más trabajo que aquí”, responde, destacando, así, la necesidad que él, a tan temprana edad, ya tiene de ganarse algo de dinero para ayudar a su familia. Y es que su salario es muy necesario, pues su padre, mesero también, gana apenas 100 pesos diarios, más unos 40, 50 pesos extras por propinas, no mucho. Ulises tiene un hermano mayor que perdió su empleo de despachador en una tienda durante el conflicto, una hermana que tampoco trabaja y su madre es ama de casa, así que el salario de su padre es insuficiente para mantenerlos a todos y por eso él debe de trabajar. De mirada vivaracha, amable rostro y presteza al atender, Ulises es un buen ejemplo del perfil típico del oaxaqueño entregado lo mejor posible a atender al turista, sobre todo porque la propina que tan buen actuar merezca le provee de otros 30, 40 pesos extras a su “salario base”.
Mientras esperamos los platillos que ordenamos, somos abordados en varias ocasiones por vendedores de artesanías locales. La mayoría son niños o niñas de entre 7 y 12 años y otros son adultos, mujeres principalmente, de entre 40 y 60 años. En unos 15 minutos se nos acercan unos diez de ellos, quienes ofrecen desde pulseras y collares de semillas y algunos de coral, fruta picada, café, chocolate, empanadas, camisetas, ropa artesanal... así. Hay demasiados, considero, y muy poca gente que les compre. Se comprueba, justamente, lo que nos platicaba Mairon, que ha disminuido muchísimo el turismo y la poca gente que hay, pues no es suficiente para las expectativas de quienes viven de tal actividad, como los vendedores. Se nos acerca una mujer cuarentona, a ofrecernos “Café orgánico de las montañas de Pochutla”, muy aromático, a un precio de 100 pesos el kilo, el cual pagamos sin reclamación alguna, pues considero que es muy adecuado apoyar a los productores locales directamente, en lugar de estarles comprando a las grandes corporaciones multinacionales, las que encarecen demasiado el producto por el intermediarismo, pero que de todos modos pagan un miserable precio de hambre a tales productores. Después, una chiquilla de unos 10 años se acerca y ofrece unas muy elaboradas pulseras de semillas, llaveros de de madera de distintas formas, collares... le pregunto el valor de una pulsera, ¡diez pesos!, muy poco dinero para una artesanía tan elaborada. Por la mañana, al haber dejado sólo diez pesos de propina en otro restaurante, nos sentimos medios tacaños, pero al ver que esa pulsera en cuya hechura, considero, deben de llevarse quizá una o dos horas, pues compruebo lo relativo que resultan las cosas. Y quizá después de todo los diez pesos que dejamos de propina no sean tan poca cosa para muchas personas. Sí, compramos dos pulseras y cuatro llaveros, 60 pesos. La niña no cabe de felicidad por la venta aparentemente generosa que hizo con nosotros y se va muy agradecida.
Por la tarde nos trasladamos a Xipolite, aquella famosa playa nudista que, en otros tiempos, efectivamente estaba plagada de bañistas totalmente desnudos, pero que en esa tarde pareciera una playa desierta, excepto por dos jóvenes y una muchacha, uno de los cuales, algo tímidamente, se despoja de su traje de baño para disfrutar del sol a pleno sobre toda su piel. Nos sentamos en uno de los restaurantes del lugar, “La choza”, también con pocos comensales. Pedimos un filete de atún y sopa “Xochitl”, que luego de casi una hora, son servidos. Y ya mientras comemos se acercan un hombre de unos 50 años y una mujer, de unos 40, también a ofrecernos sus artesanías. Están son más finas, más elaboradas, consistiendo en collares, dijes y pulseras de coral o de cuerno de buey. Éstas sí son algo caras. Un collar de coral, muy bien trabajado, cuesta 3000 pesos. Una pulsera del mismo material, vale 1000 pesos, unos aretes, 300 pesos. Y mientras vemos las cosas, nos ponemos a platicar con Merino, que así se llama el hombre, quien dice que cada pieza le lleva hacerla de dos días a una semana y que el coral lo compra a los pescadores, costando un pedazo del tamaño de un tronco chico (aproximadamente 35 centímetros) unos 200 o 300 pesos, aunque cada vez está más escaso por las razones que ya expliqué antes, de que los pescadores piratas han destruido gran parte ya de los arrecifes de coral por esa zona. Además, comenta que no siempre sale bien todo el pedazo. “A veces ya está podrido del centro y ya no sirve pa’ trabajar y pus uno le pierde”, comenta, pero no puede darse el lujo de rechazar los ofrecimientos del poco coral que sacan los pescadores. “Pus ya con la práctica como que ya le sabe uno escoger, pero a veces se le va a uno un pedazo malo”, dice. De todos modos lo aprovecha y hace piezas más pequeñas con lo que sirva, como aretes. Qué tristeza que hasta ese tipo de actividades artesanales están siendo afectadas por aquélla infame práctica. Por eso Merino ha ido sustituyendo el coral por el cuerno de buey, el que se consigue más fácilmente en los rastros locales, y también consigue labrar piezas muy atractivas. Confiesa que hasta poco estuvo encerrado en la cárcel de Pochutla durante veinte años, por una riña que tuvo con alguien, cuando él tenía 30 años, quien salió muerto en el pleito. Y allí, en el encierro, conoció a un preso que se dedicaba a hacer esos trabajos y él, muy generosamente, le enseñó el oficio (por desgracia, hasta ser preso en ese presidio requiere de algún ingreso económico, pues todo cuesta allí dentro y ¡pobre de aquel encarcelado que no tenga forma de ganar algo de dinero, pues su vida en la cárcel será más indigna y dura de lo que ya de por sí significa estar preso allí). “Y pus ya cuando empecé a hacer mis primeros trabajitos, pus se los daba a mi mujer pa’ que los vendiera”. Juana, su actual mujer (la mujer anterior se separó de él cuando lo encerraron), con quien vende, iba a visitar a un familiar encerrado y allí conoció a Merino. De allí se relacionaron amorosamente hace unos cinco años, durante los cuales, Juana iba por las artesanías de Merino a la cárcel y luego se iba a venderlas (muchos presos del penal de Pochutla sobreviven así, vendiendo todo tipo de artesanías que hacen en esa infame cárcel, no tienen otra alternativa). Las artesanías las hace únicamente ayudado de una segueta y de lija del número 80. No deja de sorprender la superficie tan lisa que logra Merino en sus delicadas piezas. “Sí, mientras veo la televisión, pus me pongo a trabajar”, comenta muy risueño, dando a entender que, por tantos años dedicándose a eso, no le resulta ya complicado. “Pus fíjese que con eso nos hemos mantenido nosotros y nuestros cinco hijos”, dice Juana. Y por eso al hijo mayor, un muchacho de 19 años, Merino ya le está enseñando el oficio. Incluso el más pequeño de los hijos, un niño de 10 años, no quiere ya ir a la escuela y prefiere aprender el oficio. Sin embargo, me pregunto ¿será posible que ellos sobrevivan de hacer artesanías?, digo, porque, pues en primer lugar, cada vez habrá más gente que, como ellos, busquen sobrevivir de hacer collares y pulseras, pero con la crisis y el reducido turismo, cada vez habrá menos clientes. Por otro lado, el coral prácticamente desaparecerá y quedarán sólo los cuernos de los bueyes para hacer las artesanías, lo que muy seguramente también mermará las ventas, en especial de la gente que sólo prefiera las piezas de coral y no de otro material.
Comenta Merino que hay un cliente que va desde México a comprarle por mayoreo collares y pulseras. Incluso otro que va un par de veces por año que viene desde España y que también se lleva varias cosas. “Sí, pus eso nos está ayudando mucho”, dice y a pregunta expresa de qué era lo que ellos pensaban de la APPO, fue lo mismo que ya antes habíamos escuchado. “Híjole, señor, pus viera que hay repoquita gente... antes venía mucha y rebien que vendíamos, pero ‘hora pasan dos, tres días sin que véndamos nada”, dice un tanto compungido Merino. Nuevamente, se nos ofrece una opinión negativa de los efectos de la APPO. Con tal de contribuir en algo a su mermada economía, le compramos un par de bellos aretes, confeccionados en coral, por el razonable precio de 200 pesos. Se marchan, satisfechos por la venta, que al menos asegurará algo de su diario sustento en el duro trajinar por la sobrevivencia. Sí, la gente, para gritar consignas o apoyar a movimientos, antes debe tener satisfecho el estómago, considero.
Ya por la noche llegamos nuevamente al hotel en donde estamos hospedados, La Cabaña. Por 600 pesos diarios, hemos estado en un cuarto doble con aire acondicionado, también muy razonable precio. La administradora y dueña del lugar, doña Eugenia, una sesentona mujer, nos comenta que han tratado de mantener los precios lo más bajos posibles, con tal de que los pocos turistas que llegan se hospeden allí. “¡No, si los de la APPO vuelven a hacer otra vez su movimiento, va a ser el tiro de gracia para Oaxaca!”, sentencia doña Eugenia, al ser cuestionada nuevamente por los efectos del movimiento magisterial del año pasado. “¿Usted cree que si hubieran sacado a Ulises Ruiz, las cosas se hubieran calmado?”, le preguntamos. “¡Pues claro, señor, todo se hubiera arreglado, pero como amenazó con reconocer a López Obrador como presidente, pues por eso no le hicieron nada!”, contesta, refiriéndose al hecho de que en pública declaración, el oportunista mandamás oaxaqueño declaró que si lo destituían de su cargo, se aliaría con el ex candidato presidencial del PRD y lo reconocería. Pero, además, como ya señalé antes, seguramente Ruiz estaba al tanto de los sucios manejos políticos que concedieron una fraudulenta victoria de la presidencia al candidato panista. “¿Y sabe por qué también no lo quitaron?, ¡porque les faltaron huevos, señor!”, exclama, un tanto alterada por la emoción. “¡No, les faltaron huevos... no los tuvieron como López Mateos o Díaz Ordaz, ésos sí que tuvieron huevos!”, declara, adulando a ese par de represores (a los ferrocarrileros y maestros, el primero, y a los estudiantes, el segundo), en una errónea, popular concepción de que la mano dura que cita la historia debe considerarse firmeza política. En todo caso, la solución final en el caso de Oaxaca, fue la abierta represión del movimiento, con muertos y todos: se aplicó la mano dura a la que se refiere dona Eugenia. Pero eso de ninguna manera es muestra de sensibilidad política, pues se prefirieron clientelismos partidistas, el mantenimiento del poder, a costa de sacrificios sociales, arreglos plutocráticos, el fraude electoral... en lugar de una ordenada, prudente solución con los maestros, cuyo movimiento se dejó crecer, pareciera que a propósito, justamente hasta los extremos tan violentos (quema de edificios públicos, destrucción de comercios, entre otros) a los que llegó, que justificaron para el grupo gobernante la saña represiva con las que actuaron tanto el gobierno federal (enviando a la entonces PFP), como el local (enviando a sus fuerzas policiacas). “¡Yo, señor, les hubiera dicho que este es un estado del país y que tenían la obligación de atenderlo, y que si no podían, pus que renunciaran a su cargo esos cabrones!”, reclama doña Eugenia, francamente ya airada. “Mire cómo estamos, casi sin gente... nosotros tuvimos que despedir a dos empleados, nos dio mucho dolor, pero pues qué nos quedaba... si no los despedíamos, pues hasta hubiéramos corrido el riesgo de cerrar, señor... y ya ahorita me cancelaron dos cuartos, a pesar de que es temporada... en otros tiempos, ni cuarto hubiera alcanzado usted”, se lamenta doña Eugenia, “y ya le digo, que si otra vez vuelven esos con sus cosas, nos matan a todos, se acaba Oaxaca”.
“¡Se acaba Oaxaca!”, recordaba un par de días más tarde, cuando ya de regreso, hicimos una parada para comer, justamente, en la ciudad de Oaxaca. A las afueras del lugar, las únicas muestras visibles de que hubo fuertes protestas sociales allí son, al menos por donde estamos situados, paramentos de las banquetas pintados con leyendas, una de las cuales dice: “¡Por necesidad, fuera Ulises Ruiz de Oaxaca... hasta la victoria!”. Entramos al “Clemente II”, un restaurante de comida típica, en el que habíamos comido en nuestro viaje de ida. Sí, buenos platillos son servidos allí. Somos atendidos por Raúl, un amable mesero de unos 32 años. “Pues aquí sobrevivimos de milagro, nos mantuvimos porque el local es nuestro y algunos de nuestros clientes siguieron viniendo, a pesar de que las calles estaban tomadas y cerradas”, nos dice, habiéndole hecho la misma pregunta, “y luego hasta venían los maestros a pedir una cooperación y yo les decía ‘Oye, compa, ¿tú crees que sin clientes, ni gente, vamos a tener pa’ darte?, ¡no la mueles!”. Sí, lo que lleva a hacerse la siguiente pregunta: ¿qué tanto es un movimiento social benéfico cuando a una parte de la población, a quien pretende reivindicar sus derechos, está siendo dañada económicamente por su causa? Esto, porque mucha gente fue despedida de sus empleos justamente a causa de la influencia que ejerció el movimiento. Y aún sigue bastante así, desempleada. Quizá la apuesta de la APPO haya sido que el gobierno solucionaría muy rápidamente sus demandas, con tantas presiones que pretendieron aplicarle.
Por otro lado, la indiferencia y falta de sensibilidad mostrada por los gobiernos aliados, local y federal, ambos corruptos, caciquiles, represores, con sus prepotentes actitudes, no buscaron jamás un verdadero diálogo con los inconformes y sus justas reivindicaciones, como si la pretensión desde el principio hubiera sido la radicalización del movimiento, para justificar el que fuera violentamente aplastado y sus dirigentes enjuiciados sumariamente y encerrados en cárceles de “máxima seguridad”, como si fueran “peligrosos criminales”. Así, los daños “colaterales” que se provocaron a miles de negocios y gente que perdió sus empleos, tampoco le importaron a los criminales, coludidos gobernantes (el entonces presidente Vicente Fox y el mandamás oaxaqueño), y las consecuencias de tan pésima actuación política son vividas a diario por miles de oaxaqueños que tratan de sobrevivir en un ambiente muy dañado social y económicamente por lo sucedido. Quizá sea que tampoco le interesan al gobierno esos negocios afectados o cerrados o esos trabajadores desempleados, en vista de que la zona está contemplada para hacer allí un emporio industrial y comercial a partir de la aplicación del tan ensalzado Plan Puebla-Panamá, que espera hacer de la región una gran zona de maquiladoras, supercarreteras y super-ferrocarriles, la nueva China latinoamericana, con tal de que el capitalismo salvaje cuente con una nueva zona de salarios bajos y recursos naturales baratos.
Sí, quizá esa sea la carta fuerte que se posea, aunque para ello se tengan que reprimir movimientos y sacrificar a tanta gente que está sin empleo y sin esperanzas.

Derechos reservados, 2007.

Contacto: studillac@hotmail.com