lunes, 27 de julio de 2015

Conversando con un ex empleado de una cementera



Conversando con un ex empleado de una cementera
por Adán Salgado Andrade

Maney, municipio de Huichapan, Hidalgo. El hombre con quien acabo de entablar una conversación tendrá unos cincuenta años. Su moreno rostro lo es aun más a causa de la radiación solar, que por tantos años ha quemado tanto su piel. Ambos esperamos a que comience una junta informativa sobre qué se ha hecho para tratar, al menos, de disminuir, si no es que detener algún día la contaminante operación de la planta de cemento de Cemex, ubicada a unos cientos de metros del pequeño poblado hidalguense (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2015/07/sociedad-y-depredacion-ambiental.html).
Como ya sucede en muchos cientos de sitios en el país, Maney ha sido víctima constante, tanto de la depredación ocasionada por la planta cementera, tomando agua del subsuelo mediante pozos, así como por la contaminación ocasionada al río que pasa por el sitio, al aire y a las tierras agrícolas aledañas con las tóxicas exhalaciones de las chimeneas expelidas por sus hornos y el fino, invasivo polvo que emana del proceso mismo de fabricación del cemento. Todo ello ha ido provocando diversos males entre la población, tales como enfermedades eruptivas de la piel, estomacales, pulmonares y crónico-degenerativas, como cáncer de pulmón, leucemia y otros. La población, casi toda, está enferma. Además, contrario al supuesto “progreso” que haber establecido la cementera allí en 1986 se pensó que traería, el pueblo ha empobrecido más, a causa de los adversos efectos ocasionados por la operación de aquella durante tantos años. La destrucción del medio ambiente y la población enferma, profundizan la pobreza y la precaria existencia de los pocos habitantes que aun quedan en Maney.
A quien llamaré Lucio, me comenta que actualmente trabaja como albañil, aunque con la casi permanente crisis económica, cada vez tiene menos trabajo. “Hago de lo que sea, con tal que me gane algo pa’ mantener a mi familia”. Refiere que tiene dos hijas “ya grandecitas” y que su esposa tiene un puesto de quesadillas y sopes frente a su vivienda, con lo que también se ayudan. “ ‘Tá dura la cosa, señor”.
Le pregunto sobre la cementera, como todos se refieren a la fábrica de cemento, que tenemos justo frente a nosotros. Luce imponente, a un lado del “auditorio” del lugar (si así se le puede llamar a la construcción más alta del pueblo, pintada de amarillo, deslavado por el tiempo y el sol), el que se encuentra frente a la iglesia. Desde allí se ven las blancuzcas estructuras de la planta, que así lucen por tantos años de operación, recibiendo todos los días el polvo producido por la fabricación del cemento. Me pregunto, al ver la imagen de esas polvosas, decrépitas instalaciones, un tanto apocalíptica, que se impone a una parte del “paisaje” que rodea a Maney, si eso ocasiona el polvo de piedras molidas, fundidas y vueltas a moler, esa espesa capa blancuzca, qué no ocasionará a la salud de los habitantes de Maney. “¡Uh!… mi suegro trabajaba allí y se murió de cáncer del pulmón”, refiere Lucio, ante mi cuestionamiento sobre qué pasa con los trabajadores que han laborado allí. “No duran trabajando allí, s’enferman mucho, tienen tos y siempre train los ojos rojos”.
Ya antes me he referido a los problemas ocasionados por la cementera, pero es la primera vez que tengo la oportunidad de platicar con uno de los afectados, así como de asistir a una junta informativa en Maney (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2015/04/corrupcion-y-contaminacion-industrial.html).
La reunión ha sido citada a las seis, pero, como se acostumbra en México, irá comenzando por ahí de las seis y media, cuarto para la siete, por lo que la plática con Lucio, sigue y se vuelve más interesante a cada momento.
“Yo trabajé allí… ‘hora verá, fue en 1995, sí, cuando había muchos contratistas. Yo no tenía trabajo, así que le pregunté a un vecino, que yo sabía que trabajaba para la planta, que si no tenía trabajo, que si no tenía una chambita pa’ mí. Y me dijo que sí, que de vigilante. Y, pos qu’entro de vigilante, pero sólo de los que cuidaban afuera de la planta, no de los de adentro, pues esos sólo eran los que tenían la base”, continúa Lucio, refiriéndose a que muchas de las labores eran asignadas a subcontratistas, con tal de ahorrar dinero la cementera en labores extras a la producción. Aunque había trabajadores de base, casi todos eran los que laboraban en las operaciones requeridas para hacer el cemento (esta es una tendencia propia del capitalismo salvaje, la de irse deshaciendo de las labores suplementarias al proceso de trabajo, con tal de ahorrar en costos y disminuir el precio final). “Sí, pocos de los vigilantes tenían base, pero, como le digo, sólo los que trabajaban dentro de la planta”.
Su sueldo en ese entonces era de quinientos pesos semanales, no mucho, considerando los peligros que debió enfrentar. “Sí, a mí me pusieron a vigilar el polvorín, qu’era donde se guardaba el explosivo plástico que se usaba pa’ las voladuras”. Las “voladuras” son las detonaciones de explosivos requeridas para fracturar los bancos de piedra caliza y lutita, materia prima esencial para la elaboración del cemento. “Fíjese que allí se murió mucha gente, porque los que ponían las cargas, nada más tenían cinco segundos pa’ salir corriendo del hoyo donde las colocaban y… pos’ a muchos no les daba tiempo de salirse y a’i quedaban”. Platica, muy elocuentemente, que la fuerza de la detonación lanzaba piedras de unos veinte centímetros a más de dos kilómetros de distancia, con una potencia tal, que hasta se enterraban. “¡Sí, nos teníamos que aparetar muy bien, porque, si no, las piedras nos podían chingar!”, exclama. “Una vez, que se me ocurre aparetarme detrás de un árbol, pero no me di cuenta de que estaba seco… ¡Y por suerte la piedra pasó de lado, así, como un balazo, y que tira el árbol y todavía se enterró en la tierra… no, si me hubiera pegado, pues ni l’estuviera platicando esto”, sonríe.
Algo que refiere Lucio es que eran frecuentes los “accidentes” y dice que vio morir a algunos, debido a aquéllos. “Una vez, un señor que no traía su casco, que lo agarra de los cabellos el gusano – explica que el gusano era una especie de gran sinfín metálico, giratorio, que recogía todo el material de los bultos de cemento que se rompían, para depositarlos en un lugar y que se volvieran a empacar más tarde –… sí, y su error fue que metió la mano y pos qu’el gusano lo agarra todo y lo prensó y lo fue moliendo… ¡no, pobre compa… lo hizo cachos, lo tuvieron que sacar a pedazos!”. Estremece escuchar algo así, aunque no es raro, pues los “accidentes” industriales son constantes, incluso, los mortales (la Organización Internacional del Trabajo, OIT, estima que cada 15 segundos en el mundo, un trabajador perece por un accidente o enfermedad relacionada con su labor y que cada 15 segundos, 153 obreros sufren un “accidente” provocado por la actividad fabril que realizan. Ver: http://www.ilo.org/global/topics/safety-and-health-at-work/lang--en/index.htm).
Lo más grave es que ese “accidente” quedó impune, como platica Lucio. “Sí, fíjese que, pos como el compa, me parece qu’era de Torreón, contratado por los contratistas, pos ni quién preguntara por él. Sí, es que tenían la orden, directo de los jefes, de que si alguien de la familia iba a preguntar por esos que se morían, de los contratados por fuera, que les dijeran que sí trabajaban allí, pero que, de repente, pos que un día ya no se habían presentado y que no sabían nada d’ellos, sí, ¡cómo ve!...”, exclama, seguro viendo mi atónita expresión. “¡¿Eso hacían… en serio!?”, cuestiono, algo incrédulo. “¡Sí, señor, esas chingaderas hacían esos cabrones patrones!”.
“Yo creo que cuando el dueño se pele, pos se va’ir derechito p’al infierno, de tantos muertos qu’habido en la cementera”, continúa su plática.
No es increíble lo que acaba de referir Lucio, ante la serie de atropellos y arbitrariedades a los que suelen recurrir las empresas, con tal de no pagar indemnización alguna en caso de un “accidente” mortal. Incluso, cuando no provoca un deceso, que sea, por ejemplo, una amputación, la empresa también es negligente con el pago correspondiente, pretextando toda serie de justificaciones, como que el trabajador estaba ebrio o drogado, poniéndose de acuerdo, incluso, con el médico que elabore el diagnóstico, con tal de que declare a favor de la empresa. Y siguen los relatos de Lucio, los que, por increíbles que parezcan, son reales.    
“Otro muchacho, qu’era muy buen amigo mío, una vez lo pusieron a soldar una placa que se había desoldado de uno de los molinos. Fíjese, la de malas, estaba contento porque era su primer día que le habían dado la base. Y pos que lo mandan a soldar la placa. Y yo nunca supe cómo fue que se activó el molino… porque había dos formas, una era desde el cuarto de control, que era desde donde echaban a andar las máquinas, por control remoto, y otro era manual, pero no sé cómo un trabajador, qu’echa a andar el molino, y con mi amigo adentro… no, nomás gritó el pobre… ¡hasta se m’enchina el pellejo nomás d’acordarme! También lo tuvieron que sacar en puros cachitos al pobre… y pos tampoco le dieron nada a su familia dizque porque como apenas le habían dado su base, que pos no tenía antigüedad…nomás le dieron dinero a su familia p’al entierro”, dice esto último, cabeceando, seguramente recordando otro terrible incidente en la planta.
Declara que era raro que indemnizaran a algún trabajador que se accidentara y muriera y que la empresa siempre trataba de ocultar la muerte. “Deveras que cómo han hecho chingaderas en la cementera”, continúa su relato.
Lo cuestiono sobre lo de la quema de basura, en lugar del combustóleo, que, por ley, debería de emplear la planta. “¡Uy… sí, queman basura, me lo han platicado varios amigos que tengo que trabajan allí… sí, de todo, pos como son 1200 grados los que alcanzan los hornos, pos todo se pulveriza… dicen que hasta televisiones que llegan en la basura, las hace polvo, sí… y pos, ya sabe, chismes que dicen, que hasta muertitos meten allí… pos eso, sí, no sé decirle si sea verdad, pero pos eso dicen”. Pienso que con esa temperatura, todo se pulveriza y todo es posible.
Dice que, en una ocasión, uno de los vigilantes de base faltó y lo pusieron a vigilar dentro de la fábrica. “Que me dice el jefe, mira, aquí, tú no ves nada, ni dices nada, te haces pendejo y ya, ¿eh? Y es que, no sé como hacían transas, todos estaban de acuerdo, y hacían sus transas. Es que, en ese entonces, pos venían un chingo de tráilers a cargar cemento. Entonces, pos el basculista se ponía de acuerdo con los vigilantes y los cargadores y no sé cómo l’hacía, que cuadraba el peso, pero dejaban un hueco para los bultos que se robaban y eran los que vendían por fuera… pos ya ve que a todo le halla el mexicano pa’ transar, ¿no?”, declara en tono casual. Algo comprensible, dados los bajos salarios y la explotación a la que son sometidos los trabajadores en este país, lo que podría considerarse, más que como un delito, como una forma de compensación salarial, rebeldía y resistencia ante tanta injusticia patronal.
“Como no rajé, pos que me tomaron otra noche y me dijeron que m’iban a dejar allí más seguido… pero pos ya después me salí, ya no aguanté tanta chinga, sí, luego nos mandaban a cuidar la avioneta de los dueños, allá en la pista (hay una pista de aterrizaje construida exprofeso, cercana al lugar), pero nomás nos iban a dejar en camioneta y ya, háganle como puedan, allí nos dejaban, en la intemperie, y lloviendo… pero a’i teníamos qu’estar, como pendejos, cuidando la chingada avioneta”.
Por un momento se queda callado, momento en que ambos dirigimos la vista a las instalaciones de la cementera. “Mire, esos son los silos, donde almacenan el cemento. También un día mandaron a un trabajador a limpiarlos, pero pos el pobre que se cae, no sé cómo, y que se cae en el cemento y se enterró bien adentro. Le tuvieron qu’hacer un hoyo al silo pa’ sacarlo, sí… y tampoco le pagaron nada a la familia”, agrega, encogiéndose de hombros.
Dice que le han comentado que quieren cerrar la planta. “Pos es el chisme que me platicó un amigo qu’es chofer de los tráilers que transportan la piedra pa’ la planta, que porque ya se acabaron el cerro de dónde la sacan, que quieren comprar otro cerro, pero pos a ver si los dueños quieren. Y también me dijo que están sacando piedra de otro cerro, pero qu’esa no es pa’ la cementera, que dicen que tiene mercurio y que un metal precioso, pero qu’eso no lo dicen, que porque no han querido que se sepa. Pero d’eso, sí me acuerdo, que a veces, cuando me mandaban a la base – como le llaman al banco de materiales –, uste’ veía luego mercurio, sí, y también me platicó mi amigo que ahorita no están trayendo piedra p’acá, que se la llevan a Puebla, pero qu’es del cerro ese que le digo, el que tiene mercurio y un metal precioso… pos a saber si sea cierto, ¿no?”, se cuestiona, mirándome.
No sería raro que realmente existieran esos metales y otros en esta región, cuyas aguas termales son ricas en minerales. Y tampoco sería de extrañar que hasta exista un proyecto depredador más para explotarlos en el corto plazo, con la facilidad que la mafia en el poder concede, cómplice de las mafias corporativas que se han adueñado de este pobre país para depredar sus recursos y contaminarlo, ya nada de esos infames proyectos extractivos es de sorprender.
Refiere que por engaños la empresa se hizo hace años del cerro que explota, que ya está casi extinto. “Sí, me platicó un familiar del señor al que le compraron el cerro, que lo engañaron qu’iban hacer una cabañitas, qu’en ese tiempo le dieron quince millones… bueno, cuando eran millones, que ya ahora son miles, ¿no?, y qu’estaba bien contento y, que de repente, nomás vio qu’empezaron a trair maquinaria y trascabos y qu’empezaron a volar el cerro y que les pregunta ‘¡¿Pos no qu’iban hacer cabañitas!?’, y ya que le dicen que no, qu’era pa’ hacer cemento… y el pobre señor, pos se murió del coraje y de la pena, sí. Y dicen que ya también le compraron a otro señor, que como ¡quinientas hectáreas!, que también p’hacer cemento… pos eso dicen…”.
Lo último que platica Lucio, ya cuando está por iniciar la reunión, es algo, eso sí, increíble, y hasta esotérico. Refiere que el ingeniero encargado de construir la planta, un tal Olmos, con tal de que fuera muy segura, hizo un “pacto con el diablo”, con tal de hacerse de “almas” para que fuera así. “Chismes… ¿no?, pero dicen que cuando estaban haciendo un colado pa’ los silos, qu’había unos trabajadores allá abajo, terminando de armar, y qu’ese cuate, que cuando trajeron la olla del concreto, que les ordenó que lo vaciaran con esos compas allá abajo… pos eso dicen… vaya uste’ a saber si sea cierto… Lo que sí, es que hay muchas cosas raras que la gente cuenta, sí, que aparecidos y cosas así, como d’espantos… yo creo que de tanto muerto qu’habido en la planta”.
Pienso, sin embargo, que mitos o no, lo cierto es que pareciera que, en efecto, los mafiosos que controlan este país, empresarios y “políticos”, tienen pacto con el diablo, con tal de seguir haciendo sus fechorías para seguirse enriqueciendo, aun a costa de todos los mexicanos, de seguir depredando nuestros, todavía, generosos recursos naturales y continuar destruyendo y contaminando, como si nada.
No sólo cuando mueran se irán “derechito al infierno”, de acuerdo con el decir de Lucio, a quien agradezco la entrevista, sino que quedarán en la historia como los infames personajes que han contribuido a seguir con la cada vez más acelerada destrucción de lo que nos queda de México.
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