lunes, 23 de mayo de 2016

Conversando con una estudiante de empresas turísticas



Conversando con una estudiante de empresas turísticas

Estela tiene 22 años y estudia administración de empresas turísticas en el UNITEC. Está cursando sus últimos dos cuatrimestres.
Como es normal, se decidió por esa carrera luego de algún tiempo de probar aquí y allá a lo que realmente le habría gustado dedicarse, tomando en cuenta que, por un lado, fueran de su agrado las actividades que desarrollaría en su vida profesional y, por otro, que realmente le permitieran hallar un trabajo decoroso, algo que no es fácil en un mundo cada vez más golpeado por las crisis generadas por este irracional sistema económico, llamado capitalismo salvaje.
Y es que vivimos una situación tan degradada social y económicamente, que ya ni poseer una educación superior garantiza de verdad que se consiga, ya no digamos un trabajo relacionado con lo que se haya estudiado, sino al menos trabajo (ver: http://archivo.eluniversal.com.mx/primera-plana/2014/impreso/preparados-sufren-mas-desempleo--43966.html).
Por ello es que para miles de personas, aun con estudios superiores, una alternativa ha sido ubicar un empleo dentro del sector informal, cada vez más socorrido como forma de sortear la crisis y sobrevivir (ver: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2012/12/economia-informal-la-verdadera.html).
Estela aun no se encuentra en ese dilema de hallar trabajo, pues todavía no termina su carrera, y la apoyan bastante sus padres, pero recientemente probó algo de lo que enfrentará cuando se reciba, lo que ambos deseamos que sea una pronta realidad.
Como parte de su preparación, debió dedicar un cuatrimestre a lo que se llaman prácticas profesionales, que son actividades que consisten en que el estudiante se coloque en alguna empresa relacionada con el ramo de su futura carrera.
Ella debió revisar los convenios que tiene su escuela con empresas hoteleras, ya que por las distintas actividades que implica la administración y funcionamiento de un hotel, es un adecuado sitio para que ella se desenvuelva en las tareas turísticas, no sólo en los niveles administrativos, sino en aquéllos que tienen que ver con la prestación directa de algún servicio, tal como ser recamarera, mesera, cocinera, hostess… y así por el estilo.
Claro que para las empresas que firman esos convenios es una excelente forma de hacerse de personal medianamente capacitado de manera gratuita, pues esas “prácticas profesionales” difícilmente las pagan o, si lo hacen, es mínimo el pago que se da (en el caso de Estela, se convino en que se quedara con la totalidad de las propinas que recibiera como mesera).
Así que para el estudiante, esas prácticas implican que erogue gastos extras a los que de por sí ya tenga, como el pago de la colegiatura, por ejemplo.
El lugar elegido por Estela fue Cancún, la zona turística del país que, supuestamente, está entre los primeros cinco sitios de preferencia como destino vacacional a nivel mundial, sobre todo de extranjeros (ver: http://enfoqueradio.com.mx/ocupa-cancun-el-primer-lugar-en-preferencia-como-destino-turistico-orbitz/).
De hecho, Cancún, por su importancia turística, genera un tercio de los ingresos turísticos del país (ver: https://www.nileguide.com/destination/cancun/overview/local-info).  
Ese sitio resultó idóneo para los planes de Estela. Pero primero debió de buscar la empresa hotelera más a su gusto. Revisó varias y al final estableció contacto con un hotel catalogado como de “cuatro estrellas” (omito el nombre, para conservar el anonimato de mi entrevistada).
En cuanto fue aceptada, Estela se dio a la tarea de buscar alojamiento por los cuatro meses que estaría en Cancún. Ése lo halló en una casa compartida, en la cual se rentaban recámaras a señoritas. Otras dos chicas y ella ocuparon tres recámaras en renta. Estela acordó un pago de tres mil pesos mensuales con la dueña de la casa, con la quien, me dice, se llevó de maravilla. “Sí, nos entendimos muy bien y a veces me invitaba a otra casa que tiene en donde hay alberca. Sí, la verdad es que me la pasé muy a gusto viviendo allí”. Sus papas, como ya señalé, hasta ahorita la siguen apoyando bastante, así que el dinero, por lo pronto, nunca ha sido problema para ella.
La zona en donde rentó, me comenta que estaba “un poco fea”. “Sí, es que estaba algo sola”.
Le pregunto si se enteró sobre los recientes feminicidios que se han estado cometiendo en la zona y me dice que sí, que por desgracia es algo que de cierta forma ha enturbiado la supuesta fama de ciudad “segura” que tiene Cancún. “Sí, no creas, sientes miedo cuando te enteras de eso”. Sobre todo porque es una ciudad relativamente chica, aunque en los últimos años, su inflada fama, ha tenido como consecuencia que la ha hecho convertirse en un anárquico polo de atracción laboral. Su población actualmente es de más de un millón y medio de habitantes, lo que acarrea los típicos problemas de saturación de servicios, falta de viviendas decorosas, empeoramiento en la calidad de vida de sus habitantes, pauperización, incremento en los índices de delincuencia, precariedad laboral, desempleo y otros (ver: http://cuentame.inegi.org.mx/monografias/informacion/QRoo/Poblacion/).
Además, no se ha cumplido con los planes de “desarrollo” que tenían contemplado que Cancún fuera un lugar turístico sustentable y armónico, ya que se han excedido por mucho los cuartos de hotel con que cuenta, lo que ha llevado a destrucción de zonas naturales y playas, marcada degradación de otras, contaminación de cuerpos de agua superficiales y subterráneos y así. Dista mucho Cancún de ser el sitio prístino con no más de mil habitantes que se dedicaban a la pesca hacia el año 1960. El capitalismo salvaje depredador lo está llevando a su ruina aceleradamente (ver:  http://www.estosdias.com.mx/semanario/es-necesario-renovar-los-parametros-de-crecimiento-de-cancun-su-zona-hotelera-y-su-actividad-turistica-o-no-sobreviviran-al-caos/).
Seguramente esa problemática es algo que intuyó Estela, pues me comenta que, en efecto, hay ciertas horas que hasta le daba miedo salir a caminar. “Por ejemplo, si sales a las cinco de la tarde, está todo solo, las calles vacías, y como que sientes temor. Y también si sales del trabajo a las ocho de la noche, que es cuando comienza la vida nocturna, pues tampoco te sientes muy seguro”, dice. Lo irónico del asunto es que, enfatiza Estela, es menos riesgoso salir a las dos de la mañana y regresar incluso a casa, pues todo mundo es cuando sale de antros, sobre todo, para seguir con la vida loca, que es algo tan permitido en Cancún, con el pretexto de que es zona turística.
Como la zona hotelera está separada por alrededor de diecisiete kilómetros de la ciudad, y la mayoría de los habitantes de Cancún trabajan allá (86% de los cancunenses laboran en el sector turístico, la mayoría de ellos en la zona hotelera), deben de trasladarse hasta aquélla, empleando la mayoría transporte público. Una de las consecuencias de que tantos trabajen en la zona turística, es que existen ya problemas de traslado hacia ésta. “Si no había tráfico, llegaba en media hora, pero cuando había, me tardaba hasta 40 minutos o más”, dice Estela. Debía de tomar un camión que la llevaba hasta allá por veinticinco pesos, caro, si se toma en cuenta que la mayoría de los trabajadores ganan cinco salarios mínimos cuando mucho, o sea, entre 350 y 400 pesos diarios. Pero, como ya señalé, es una de las consecuencias que ese crecimiento anárquico ha generado.
Ya, platicando sobre lo que hizo en el hotel, para comenzar, destaca que todos los empleados le agradaron. “Sí, siempre se portaron muy amables conmigo, de verdad. Aquí (ciudad de México), me es muy difícil hacer amistades. Pensé que era, no sé, por mi forma de ser, que no le caía bien a la gente, pero después de lo que viví en Cancún, lo bien que me trataron, me di cuenta que, entonces, no soy yo, sino que, a lo mejor, la gente aquí es más indiferente, más egoísta… a lo mejor eso es”. Le celebro esa parte, pues es importante revalorarse, factor indispensable al emprender alguna labor. Demostrado está que la confianza en uno mismo, además, claro, de una adecuada preparación, es algo vital para desarrollar cualquier actividad.
De entre las ocupaciones que debió desarrollar Elena en el hotel, una fue la de mesera. “Esa me gustó mucho, pues me ponía a platicar con los clientes, la mayoría extranjeros. Había franceses, italianos, canadienses, ingleses… ¡ah, mucho ucraniano, sí, ay, las chicas ucranianas, bellísimas… y me gustó mucho platicar con ellos, porque me contaban de cómo eran sus países, qué hacían… y también me decían por qué les gustaba venir a Cancún”. La principal razón por la que vienen a Cancún es que pueden hacer lo que quieran, le comentaban, muy entusiasmados. “Es que dicen que todos son muy amables y que nadie les reclama si se ponen borrachos o si hacen desmanes… y los hombres me contaban que siempre se conseguían novia cada que venían”. A Estela, por supuesto, tiro por viaje, le proponían directamente, sin sutilezas que se acostara con ellos. “¡No, nunca acepté. Nada más me les sonreía y les decía sorry, I can’t… sí, porque te comunicas en inglés con ellos, todo el tiempo, pero varios, como los ucranianos, hablan hasta cuatro idiomas, inglés, francés, italiano y su lengua, pero, pues, en inglés, yo les decía que no podía. Nunca acepté”. Parte de lo que ha aprendido Estela es el inglés, el que dice hablar más o menos. Le pregunto qué sucedía si un empleado aceptaba tener sexo con algún turista, que si era amonestado por los gerentes y me contesta que “no, nunca te dicen nada, sólo si no estás haciendo bien tu trabajo, pero cuando acaba tu turno, puedes hacer lo que sea, incluso irte a la habitación de quien te invite”. Aunque afirma Estela que la mayoría de los empleados son muy correctos, así, como era ella, pues no quieren arriesgar su trabajo teniendo un affair que podría tener desagradables consecuencias. “Pero sí, siempre hay uno que otro empleado que acepta acostarse con alguien, sobre todo los hombres”, agrega, sonriente. No es de sorprender que sean hombres los más dispuestos a complacer y demostrarles a las y los turistas cuan hospitalario es Cancún, razono. 
Otra de las tareas que se le encomendaron a Estela, fue la de recamarera. “¡Con esa, en serio que sufrí!”, exclama. Y lo que platica es de no creerse, pues nunca habría yo pensado todo lo que se ve como recamarera, de acuerdo con lo que me refiere. “Cuando se desocupan las habitaciones, las recamareras debemos de limpiarlas, cambiar todos los blancos, toallas, barrer y trapear y ver que no se haya ocasionado algún destrozo, pero ves cada cosa que… ¡con decirte que las tres primeras veces hasta me vomité de todo lo que vi!”. Y ya cuenta que la mayoría de los turistas, gracias a que consideran que pueden hacer lo que quieran, se entregan a un destructivo y desagradable libertinaje, que se refleja en el estado en que dejan las habitaciones. No sólo hallaba vómitos en pisos y paredes, productos de las bacanales etílicas a las que son tan dados a entregarse, sino también heces fecales, sangre, escupitajos, botellas vacías, vasos, vidrios, sillas o mesas rotas y más. “Pero tenías que ser muy rápida para limpiar la habitación, no importa cómo estuviera. Te daban veinticinco minutos, pues tu cuota era limpiar ¡cuarenta y cinco habitaciones por día, sobre todo en temporada alta!”. Y es que el hotel consta de tres torres y de mil doscientas habitaciones en total, así que por eso debían darse prisa las recamareras, las que no ganan más de mil trescientos pesos semanales. Véase, pues, la explotación a la que son sometidos esos empleados, quienes por pura necesidad realizan tan pesadas labores, recibiendo a cambio un salario de hambre, que apenas si les permitirá sobrevivir. Seguramente es en lo que menos piensan los mafiosos en el poder tan dados a afirmar que el turismo crea muchas fuentes de empleo… sí, ¡pero muy mal pagado!, tendrían que agregar.
“Pero fíjate que el hotel no pierde nada. Antes de que se vayan los huéspedes, la recamarera debe de revisar muy bien la habitación y si los gastos exceden de mil o mil quinientos pesos, se les hace el cargo a su cuenta y no salen hasta que pagan”, me dice. Los más dados a esas muestras de irracional y desagradable comportamiento son los jóvenes, como los llamados spring breakers, que son las oleadas de adolescentes, o algo mayores, procedentes de EU, que vienen al país a gozar de lo lindo, ya que se les da un trato tan permisivo que difícilmente cualquier regla que violen es castigada. “¡Ésos, en serio que eran de los peores. Fue en una de sus habitaciones en donde me vomité las primeras veces!”. Y es que la permisividad es tan grande, que Estela vio cosas realmente fuera de lo común. “Fíjate, una vez iba yo hacia la lavandería y que me topo con una pareja que ¡estaba haciendo el amor, los dos desnudos, como si nada, como si no hubiera gente! Entonces, que llamo al gerente y que le digo lo que estaba viendo. Pues que me contesta que no me preocupara, que eso era muy común, sobre todo entre los extranjeros y que ya me iría acostumbrando”. En efecto, Estela se acostumbró a ver frecuentemente parejas haciendo el amor y a otras cosas, como  “a verlos pasar, todos borrachos, vomitándose enfrente de ti o casi desnudos, casi, casi haciendo el amor, y diciéndote que te fueras a acostar con ellos”. Aunque comenta que había gente madura o de la tercera edad, y que “esos eran otro rollo, sí, bien amables y atentos. Sus habitaciones las dejaban ordenadas, y nada más hacías limpieza normal”. Ya señalé antes que tan sólo por el hecho de que son turistas extranjeros, se debe de ser lo más cordial posible con ellos, incluso, admitir que se sobrepasen en muchas cosas. “Como te dije, con todos los extranjeros que platicaba, me decían que les gustaba mucho venir a Cancún porque podían hacer lo que quisieran”, dice Estela. Concluimos que Cancún es una especie de antro-cantina-prostituta muy querido por todos, sobre todo los extranjeros.
Me cuenta también del vergonzoso trato que le daban la mayoría de los mexicanos. “Cuando me asignaron como hostess del restaurante, una noche estaba lleno y tenía como a sesenta personas esperando mesa. Y varios de ellos eran mexicanos y como no los pasaba, pues que me empezaron a insultar, que quién me creía, que gracias a ellos tragaba, que era una muerta de hambre, que mejor me fuera a la chingada… y no sé cuántas cosas más me dijeron. Por eso nos dicen que les demos la preferencia a los extranjeros, que porque los mexicanos no saben tratar a la gente”.
Eso que me platica es verdaderamente vergonzoso, pues ese comportamiento tan vulgar, tan deshumanizado, es muestra del inconsciente racismo que pulula en este país, producto justamente de la herencia colonial maldita, parte de cuyo legado es que mucha gente, sobre todo la de ingresos altos, da un trato indigno, racista y discriminador al personal honesto y trabajador que presta algún servicio. “Piensan que porque pagan y tienen mucho dinero, te pueden tratar como sus calzones viejos”, agrega frunciendo el ceño. Le pregunto que si hacían algo, si los acusaban con algún policía, y me dice que no, que lo único que podían hacer, y eso si se ponían demasiado impertinentes, era llamar al gerente, y que éste, muy cortésmente, les pidiera que se tranquilizaran.
En cuanto a los precios de las habitaciones, que Estela se aprendió cuando estuvo como administradora, casi al principio, van desde los 6700 pesos por noche, habitación sencilla, incrementándose gradualmente según el área, el número de camas y el tamaño de éstas. “Sí, luego, con dos camas sencillas, era de diez mil doscientos. Luego, matrimonial e individual, catorce mil doscientos, luego veinte mil… algo así, veinticuatro mil y las más caras, de treinta mil pesos por noche, eran las suites. Ésas tenían tres recámaras, sala, cocina… como si estuvieras en un departamento, y estaban en la planta baja, para que fueran más cómodas para los que las alquilaban, pues muchos eran gente mayor y así, para que no tuvieran que subir escaleras. Y, además, tenían todo ilimitado, agua, luz, cable, teléfono… sí, eran las más lujosas”. Como puede verse, ese hotel sería prohibitivo para la mayoría de los mexicanos, sobre todo los que ganan no más de cinco salarios mínimos al día.
Señala Estela que ese hotel constaba de tres torres en donde estaban repartidas ¡mil doscientas habitaciones!. “Fíjate, diario, en promedio, se facturaban dos millones seiscientos mil pesos, y los gastos eran de un millón de pesos, así que les quedaba un millón, seiscientos mil pesos”. Vaya que, por algo, los hoteleros están muy felices y siguen destruyendo lo que queda de Cancún con nuevos emporios turísticos, con tal de atraer a miles de extranjeros cada año, a los que se debe de tratar con mucha paciencia y humildad. A reforzar nuestro carácter de ex colonia, pienso.
Confiesa que dejó un amor allí, el chef-gerente de la cocina, a quien conoció accidentalmente cundo laboró como mesera y corría a servir un café. “Choqué con él y le derramé todo el café caliente en el brazo. El pobre nada más se aguantó y me dijo que no me preocupara, que no era nada”, dice Estela, sonriente. “Pero… pues ya se acabó, sí, cuando me regresé… ya fue”, exclama Estela, suspirando. Es algo común, pienso, dejar amores así, cuando se emprende algún viaje o una efímera labor, el síndrome del marinero, un amor en cada puerto.
También me cuenta que a diario se iba a la playa, a darse un chapuzón. “De verdad que no me enfermé de nada. Aquí, todo el tiempo me duelen las piernas, el cuerpo, mi tobillo – me platica que a partir de una fractura que tuvo hace como tres años, se le zafa el tobillo izquierdo en ocasiones –, pero allá, no, nada… yo creo que es porque el agua de mar es curativa, ¿no?”, se cuestiona. Concuerdo con ella en ese detalle, claro, mientras el nivel de contaminación oceánica, no convierta las propiedades benéficas del agua marina en elementos dañinos a la salud.
Sus planes a futuro son regresar pues se enamoró de Cancún. “Sí, eso es lo que quiero, aunque mis papás me dicen que ni crea que me van a apoyar si me voy, pues ellos no quieren que me vaya, que mejor me consiga un trabajo aquí, pero no me importa”.
Le agradezco la entrevista y le reitero que si quiere irse a vivir allá, es sólo su decisión y ni sus padres pueden oponerse, pues si, como dicen, “en el mar, la vida es más sabrosa”, qué mejor que vivirla allí, haciendo lo que más le guste.

Contacto: studillac@hotmail.com